Tenía todos los músculos
adoloridos. Sus muñecas estaban sangrantes de tanto intentar quitarse aquellas
cadenas. Sin duda los tipos que lo capturaron sabían lo que hacían. El metal
utilizado para encadenarlo era grueso y estaba reforzado con un encantamiento
que le impedía transformarse. Y le quemaba.
Pero, lo que más le angustiaba no
era el hecho de su captura o la tortura que vendría. No, su pecho se llenaba de
congoja al saber que no había tenido tiempo de informar la verdadera situación.
Les había rastreado desde que
llegó a Dak-Ho, inclusive sabía en qué palacio se encontraba, pero, ni siquiera
él pudo haber predicho lo sucedido.
Se encontraba camino al palacio
de Shim, tenía que hablar urgentemente con ChangMin. Alguna vez fueron amigos,
así que MinHo confiaba en que sería recibido por el rey de Shim. Le seguían,
por eso no había tenido tiempo de informar a YunHo, pero sabía de la prudencia
de este, y estaba seguro que no entraría en guerra hasta saber de él. Pero, lo
que más le importaba era llegar con ChangMin, decirle que dentro de su reino
estaba el mismísimo traidor, pues solo en sus manos estaba el poder evitar todo
esto.
En cambio, encontró algo que
jamás pensó. No solo había un traidor dentro de las filas de ChangMin, sino
también en el círculo interno de YunHo. ¡Dioses! Él mismo había confiado en ese
sujeto. Sujeto que lo traicionó y le entregó a esa mujer.
Ahora, MinHo no hacía más que
esperar por una oportunidad para escapar, y rezar porque sea a tiempo para
evitar una catrástrofe.
***
JaeJoong paseaba por las calles
de su pequeña ciudad. No deseaba mirar hacia la tierra, porque su corazón ya
estaba demasiado preocupado por YunHo, por toda esta guerra.
La mayoría de los Dragones del
Aire, estaban ahora concentrados en la fortaleza. JaeJoong podía ver en sus
rostros lo asustados que estaban. Si, en teoría estaban preparados, pero,
¿realmente era así?
Los mayores se mostraban serios,
con los ojos tranquilos, querían demostrar a los dragones más jóvenes que
estaban a la altura de la situación. Aunque, la verdad era otra. Estaban en
clara desventaja. Ninguno de ellos había estado en una situación similar, los
mayores los miraban tratando de infundir ánimo y valor, pero incluso para
ellos, era claro que no eran guerreros.
Los Dragones del Aire sabían
luchar, como todo dragón lo hacían por instinto, su punto más fuerte era su
magia casi pura, pero ella era utilizada para la protección y el cuidado. Sin
embargo, los Dragones de la Tierra eran entrenados para usar garras, dientes y
fuego, tanto en su forma humana como animal. Entonces ¿cómo pretendían parar
una guerra entre esos fieros dragones? La mayoría lo sabía, sabían que se
repetiría la historia, los campos serían arrasados e infecundos, solo su sangre
los volvería a la vida, y ellos, los Dragones del Aire, finalmente
desaparecerían de la faz de la tierra.
JaeJoong alzó una plegaria a sus
antepasados, rogaba por la sabiduría que tuvieron o en el mejor de los casos,
el valor para enfrentar su destino derramando su magia hasta extinguirse.
—No debes temer, mi joven dragón
—susurró la calmada voz de su maestro Ao Shun. Ambos se habían detenido frente
a las puertas o lo que deberían ser las puertas de su ciudad, solo una
extensión de vacío que ninguno de los dos se atrevía a contemplar ahora, por miedo
a lo que fueran a encontrar al mirar abajo.
JaeJoong lo miró, sus ojos plata
teñidos de diversas emociones; miedo, ansiedad, incertidumbre, eso mismo veía
en los ojos de los demás Dragones del Aire, pero además, había en ellos otros
sentimientos, preocupación, añoranza, amor. Entonces, el viejo dragón dorado
comprendió. Su pupilo había encontrado a su compañero. Su destino ya estaba en marcha.
—Cuando naciste —le habló de
nuevo Ao Shun con ese tono que comúnmente utilizaba para sus clases —, todo fue
muy impresionante. Nadie había visto a un dragón como tú en siglos, casi me atrevería
a decir milenios. Ni siquiera yo había llegado a conocer a alguno. Mis hermanos,
que desde las estrellas nos guían, me contaban historias acerca de lo
maravilloso que era ver a un dragón plateado desplegar sus alas, las forma en
la que sus escamas reflejaban la luz, de su belleza y de su gran poder. A ellos
se les deben la estructura de nuestra fortaleza, ellos la crearon con el vapor
de nubes y su aliento, nosotros solo las mantenemos con nuestra magia. Así que
te imaginarás los sorprendidos que estábamos cuando saliste de aquel caparazón
mostrando tus plateadas escamas. Por un momento todo estuvo en silencio, y
después el algarabío resonó por todo el lugar, como cuando cualquier cría nace,
pero quizá con el doble de fuerza al saber el color de tus escamas. —Ao Shun
detuvo un momento su relato, mirando hacia el azul del cielo, perdiéndose en
sus recuerdos. —Se dice que cuando un dragón plateado nace es porque será una
era de grandes cambios.
—Como una maldición —concluyó
JaeJoong dado los acontecimientos.
—No, JaeJoong, no. No lo veas de
esa manera. Sé, y todos aquí los saben que esta guerra tarde o temprano se
llevaría a cabo, con dragón plateado o sin él. El mundo de allá abajo se rige por
las normas del dinero y del poder. El cambio que tú representas es solo eso, un
cambio, de nosotros depende de si es para bien o para mal.
—Pero, ¡esta guerra casi
significa nuestra extinción!
—Puede ser que sí, pero también
puede ser que no. Quizá el tiempo de los dragones en la tierra haya llegado a
su final. Tal vez, simplemente ha llegado nuestra hora de pasar a ser nada más
que cuentos para los niños humanos.
JaeJoong lo miró incrédulo. —¿Cómo
puedes aceptarlo tan fácilmente?
—Cuando has vivido tanto como yo,
ves las cosas de manera diferente. Aunque lamento que, de ser ese el caso, ni
tú, ni tu amor vayan a tener el tiempo suficiente. Pero, como lo he dicho
antes, quizá ni siquiera sea ese el caso. No pensemos en fatalidades, mejor,
tratemos de centrarnos en nuestro deber. Sea cual sea nuestro destino lo
aceptaremos.
***
Todo iba como lo había planeado.
Una sonrisa malévola adornaba su rostro. A él poco le importaban las personas
en los reinos, menos aún el motivo de aquella loca mujer, no, lo que él deseaba
estaba a punto de cumplirse: los dragones del aire bajarían a la tierra, y con
ellos un poder inigualable. Poder que sería suyo.
Tanto tiempo había aguardado por
conocimientos, tanto tiempo lamiendo las botas de los reyes, tanto que ya ni siquiera
recordaba lo que era ser un verdadero dragón. No un dragón domesticado como los
que vivían en las ciudades, no un dragón como los que cuentan las historias,
grandes, mágicos y terroríficos. Con todo el poder que obtendría se desharía fácilmente
de aliados y enemigos, entonces, nada lo detendría, él sería el dueño del
mundo.
Lamentaba mucho tener que
destruir algunas cuantas ciudades, arrasar uno que otro reino, pero en su forma
de ver las cosas, todo era como la quema de los cultivos, toda esa ceniza,
servirá para dar vida nueva, una vida que él regirá y sobre la que él será
adorado como a un dios. Aunque, si era sincero consigo mismo, le gustaría
conservar algo de este antiguo mundo, algo como el pequeño MinHo, sí, ¿porque no?
Solo esperaba que esa loca no mutilara demasiado su cuerpo, entonces sí que no
le serviría para nada.
***
A lo lejos se veía la enorme
estructura que era el fuerte de Sang. La única defensa de Shim entre ellos y su
capital. YunHo se detuvo a admirar, jamás lo admitiría, pero las enormes
murallas de oscura roca lo amedrentaron un poco.
El fuerte debía estar poco más
que vacío. Desde hacía mucho, solo fungía como puente vigía y de descanso para
los que iban de paso. Sin embargo, el aire, a pesar de ser denso, tenía aromas
de otros dragones. No demasiados, pero YunHo podría asegurar que no eran
simples paseantes. A una señal de su mano, todo su ejército se detuvo.
Vagamente YunHo se preguntó con
qué tipo de sorpresas se hallarían dentro. No había visto a la distancia
dragones volando, así que estaba seguro que habían llegado por tierra, y
realmente no creía que fueran los guardias de la región, su aroma se mezclaba
claramente con el acero recién fundido y a cuero nuevo. La idea de que fueran
solo mercantes quedó completamente desechada, sabía que ahora el mundo conocía
de la situación, nadie se atrevería a ir por la misma ruta que el ejército
enemigo.
La tarde estaba cayendo, pronto
anochecería, y, a pesar de que habían descansado un poco en el camino, a sus
hombres se les notaba el nerviosismo y cansancio. No tenía caso apresurar las
cosas, ya habían hecho la mitad del camino hacia ChangMin.
—¡Descansaremos aquí! —vociferó.
—¡Levanten las tiendas! ¡Enciendan las hogueras! ¡Descansen hoy, porque mañana
la tierra arderá!
***
El fuerte Sang siempre había sido
una estructura emblemática para su pueblo. Había librado muchas batallas y aún
seguía en pie tal y como le habían construido. Muros dobles, gruesos para
evitar que cualquiera pudiera penetrarlos.
Habían llegado allí solo unos
minutos antes de que Jung y su tropa se avistaran en la colina. Apenas les
había dado tiempo de esconderse. Se sabían pocos y desorganizados, pero, al
parecer, ChangMin había acertado, YunHo pensaba descansar antes de iniciar su
cruzada. Lamentablemente ellos no tendrían esa gratificación.
Con un fuerte suspiro, ChangMin
agradeció a los dioses el haber llegado a tiempo. —No podemos ponernos a
descansar, estamos en clara desventaja. Hay que preparar el fuerte para que sea
un verdadero laberinto salir de aquí. Nuestra misión es retenerles el tiempo
suficiente para que lleguen los demás —habló, fuerte y claro para el puñado de
hombres que le acompañaban.
Aprovechando la luz que el sol
aún les brindaba, se encargaron de alistar las trampas, de llenar el foso de
aceite, colocar ballestas en las almenas y sobre el adarve multitud de arcos.
ChangMin sabía que poco podían hacer, pero debían retenerles, por el bien de su
pueblo. Y, si en el camino se cruzaba con YunHo, qué mejor.
Al caer la noche, desde las
saeteras, se podían ver las luces ambarinas que eran las hogueras de la armada
enemiga. Cientos de fuegos esparcidos por el campo, como si fueran luciérnagas
sobre los campos húmedos. Sin embargo, a pesar de ser un bonito espectáculo a
la vista, era tan diametralmente opuesto a las dulces luciérnagas, pues estas
luces, eran el fuego que arrasaría con sus campos.
ChangMin no hacía más que
preguntarse una y otra, y otra vez el porqué de las cosas. ¿Qué había pasado
para que el buen YunHo cambiara? Simplemente en su mente, a pesar de estar
consciente de la situación, había una parte de él que aún no asimilaba que este
YunHo apostado en sus colinas con aires de batalla, era el mismo YunHo que
jugaba con él, el YunHo que tenía a la lealtad en la mano y caminaba paso a
paso con honestidad. El YunHo que él admiraba.
Sacudió de su cabeza esos
pensamientos, no le hacía nada bien pensar en lo que fue y ya no será, y lo que
ahora es. Comparar no resolvería las cosas, quizá era sencillamente que
ChangMin lo había idolatrado en demasía, y que el YunHo de sus recuerdos solo
eran ilusiones, que el YunHo allí delante era y siempre fue el verdadero.
Al final, decidió descansar, la
victoria del día siguiente dependía de su fuerza y de mucha, mucha suerte.
***
Las primeras luces del día eran
de un color rojizo, casi tan rojo como la sangre, o al menos así lo vio YunHo,
lo que para él se traducía como un amanecer sangriento. Con pesar se dirigió a
la tienda donde sus demás generales le esperaban. En sus caras se podía ver la
angustia y el miedo, pero también la determinación y la fiereza.
YunHo quería morder sus labios y
anunciar que no continuarían, pero la guerra ya era un hecho, el solo trataba
de dar el golpe más fuerte y certero para que el daño fuese el mínimo. No
deseaba ver más pueblos calcinados por el fuego de dragones.
Miró hacia la enorme estructura de
piedra que era el fuerte. Metros y metros de piedra, sin embargo, lo podía oler
en el aire. El fuerte no estaba vacío. No podría decir cuántas personas se
hallaban dentro. Si se tomaba el tiempo para separar los olores, podía
distinguir el claro aroma al metal forjado. Demasiado para ser un simple
viajero, inclusive un iluso mercader. El humo de las hogueras apagándose y algo
más que a distancia no podía distinguir. No, allí había soldados. YunHo sintió
una punzada en el corazón al saber que ellos serían los primeros sacrificios
que harían sangrar la tierra. Por mucho que
no lo deseara, sabía bien que los guerreros Shim jamás se dejarían
capturar, antes muertos que perder el honor de ser esclavos, y, aunque el reino
Jung no había tal cosa como la esclavitud, para ellos ser prisioneros de guerra
equivaldría a ser casi lo mismo. El orgullo Shim era enorme.
Con un suspiro resignado, miró al
cielo, pensó en su bello JaeJoong, en ¿dónde estaría?, ¿con quién estaría?, si ¿estaba
a salvo?, si ¿su reino era cómplice o artífice de este mal? De JaeJoong y sus
amigos no pensaba mal, los tenía por buenos dragones, y si resultaba que su
reino era el causante de los problemas, entonces sabría que solo habían
manipulado a esos tres muchachos, porque ninguno de ellos podría ser tan buen
actor, menos su dulce JaeJoong que se había entregado a él en cuerpo y alma.
Montó sobre el lomo de su negro
corcel con los hombros caídos, con más pesar que ansias de batalla, pero, en
cuanto estuvo sobre su caballo, cuadró los hombros y estiró su espalda, su
pueblo dependía de él, y, si en sus manos estaba, habría el menor número de
bajas posibles tanto de uno como de otro bando. Terminarían con esto y
buscarían al verdadero culpable, le creyese ChangMin o no.
—¡Avancen!
***
Sus ojos marrones detestaban la
imagen que frente a él se mostraba: YunHo dirigiendo a su ejército. ChangMin
mordió sus labios para evitar que un grito de maldición brotara de ellos, a
cambio, con una orden silenciosa, sus arqueros se posicionaron en su lugar,
estratégicamente ocultos hasta que estuvieran al alcance de sus flechas.
Sus flechas, que de simples no
tenían nada, estaban hechas de un acero especial que servía para perforar las
escamas de dragón y, si eso no fuera suficiente, la punta estaba bañada en
veneno de dragón blanco, bastante dañino y hasta letal si la concentración de
sangre de dragón no era los suficiente para inhabilitar el veneno. Inclusive a
alguien como él el veneno le era molesto, no quería imaginar a los otros cuya
sangre era más humana que dragón.
Cuando estaban lo suficientemente
cerca, ChangMin tomó su arco, tensó la cuerda y apuntó directamente hacia el
jinete del corcel negro. Negro al igual que su dueño. Esperó y cuando lo tuvo
en la mira y al alcance, soltó la flecha, que silbando surcó el aire.
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N/A: Lamento muchísimo esta demora, a mi defensa no me queda más que decir que este no ha sido un buen año.
Espero haya sido de su agrado.