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jueves, 3 de noviembre de 2016

UN CHICO EN MI CAMINO



Sucedió un día cualquiera, en realidad pude habérmelo topado desde antes y solo hasta ese momento haberme percatado de su presencia. Tenía poco de haberme mudado a Tokio, no, huido sería una mejor descripción. No pude hacer frente al dilema que se me presentaba en mi natal Corea.

El amor de mi vida resultó no ser tan de mi vida. 

Go AhRa era la mujer más dulce, hermosa, tierna, en otras palabras perfecta; o eso creía. La conocí en uno de los prestigiados clubs a los que mi familia acostumbraba frecuentar, donde la gente con poder económico y político se codean con los de su “clase”. Tuvimos un romance de fantasía, éramos la pareja perfecta, causando envidias allá donde sea que nos presentáramos. Hoy en día todo es diferente.

Jamás pude ver la otra cara de esa bella mujer, ni cuando me sonreía con esa falsa máscara de felicidad en su rostro, pues siempre vi sus ojos brillar de tierno amor por mí, así que su traición me dolió por triplicado.

A unos días de nuestra ansiada boda, por lo menos yo la esperaba con mucho anhelo, AhRa escapó. En ese momento las peores cosas pasaban por mi mente, desde un secuestro hasta la fatídica muerte de mi amada, pero nunca el alejarse de mí por su propio pie.

A la semana  me envió un correo. Resultó que yo no era lo que ella estaba buscando, que no estaba a la altura de sus intereses. Su familia juraba no saber nada de sus verdaderas intenciones, pero sé, y estoy convencido de ello, que mucha influencia tuvieron en su decisión. No me considero un mal partido, mi hermana y yo somos herederos de una buena fortuna, además de un fructífero negocio familiar. Pero eso no era equiparable con la fortuna de un político de alto rango. Go AhRa me dejó por un hombre mayor con una gran cantidad de billetes detrás.

Obviamente la boda de canceló.

Obviamente todo nuestro círculo social se enteró.

Más obvio aún fue el cuchicheo que resultó de ello. Habladurías entre dientes por aquí y por allá, donde sea que yo fuere, callando sin discreción cuando me veían demasiado cerca.

No tan obvio fue el hecho de descubrir quiénes son realmente tus amistades. Aprendí que la hipocresía se disfraza con una cálida sonrisa y que la envidia se esconde detrás de afectuosas palmadas de felicitaciones y buenos deseos.

Todo el mundo parecía regocijarse con mi dolor, mientras yo estúpidamente me preguntaba ¿qué hice mal?

Al final hui, escapé cobardemente de todo aquello, dejando a mi familia enfrentar ese nido de arpías. Mi dulce hermana comprendió, mi padre me apoyó, mi madre lloró. Sus ojos marrones como los míos me rogaban que no me fuera, que consiguiera alguna otra bonita chica con la que dejar de lado a AhRa y demostrar no sé qué cosas. Yo solo quería olvidar todo.

Me juré no volver a amar.

Fue alrededor de los primeros meses que lo noté. Entre tanta gente desconocida, un rostro comenzó a hacérseme familiar.

Queriéndome borrar de la memoria mi fracaso amoroso y los chismes que venían con él, llegué a Tokio, con la patética excusa de estudiar una especialización en Administración de Proyectos. La verdad, es que solo me inscribí en lo primero que vi relacionado con el área, los negocios, algo que pudiera servirme en un futuro y de paso ser mi ruta de escape. Y eso no sonaba mal.

Dejé atrás al YunHo mimado que gustaba de pasear en sus autos deportivos, y deslumbrar a cualquier lugar al que fuera. Simplemente me había apagado, quería ser alguien nuevo, quería ser algo que no me recordara a ella. Por eso conseguí una vivienda normal en un barrio familiar cercano a la estación del tren de Ichikawa, en lugar de un lujoso penthouse en el centro de Tokio. Usando el tren como transporte diario.

Su cara fue fácil de reconocer, a pesar de ser un chico, sus rasgos eran suaves y atractivos, su piel blanca y labios rojos. Bonito era la palabra que le describía.

Bonito tomaba el mismo tren que yo, en la misma estación, a la misma hora todos los días por la tarde. Al principio se podría confundir con una chica por sus facciones, pero al ver su altura descartabas la idea. Bonito debía medir al menos unos cinco o siete centímetros menos que yo, y yo no soy precisamente bajo.

Creo que fueron sus ojos los que definitivamente me hicieron reconocerlo. Grandes, negros y expresivos. La primera vez que nuestras miradas cruzaron sentí un escalofrío recorrer mi columna, como si algo dentro de mi le reconociera. Imagino que pasó lo mismo con él, por tanto al ver un atisbo de sonrisa en su rostro, giré completamente el mío, evitando ver su sonrisa, evitando que me sonriera.

Supongo que Bonito sentía tanta curiosidad por mí como yo por él, pero yo, aprensivamente siempre rehuía su mirada, no quería alentar ese extraño sentimiento que revoloteaba dentro de mi cada que sus ojos negros se topaban con los míos.

Con el paso de los días Bonito me dedicaba un cabeceo sin sonrisa en sus labios, un gesto amable de reconocimiento. Una parte de mí se sentía triste por haber perdido una sonrisa, sin embargo, la otra, la más grande y racional decía que estaba bien, que era mejor de ese modo.

Cuando veía Bonito acompañado de alguna persona, cuando sus miradas y mohines eran dedicadas a ese acompañante, el diminuto monstruo de los celos arañaba mi interior, que yo rápidamente lo aplastaba con mis más que fundamentadas razones acerca del amor. Así que me dedicaba a mirar por la ventana el resto del viaje. Lo que yo no sabía era que Bonito me miraba cuando yo no lo veía.

Hay una chica en mi camino,
y no me quiero enamorar,
porque he sufrido, porque he sufrido
por querer amar.

Las semanas siguieron su curso, con la misma rutina, a la misma hora Bonito y yo abordábamos el mismo vagón del tren con solo un gesto de mutuo reconocimiento, robando miradas cuando el otro no veía.

Un día eso cambió.

Bonito me sonrió.

Y pese a mi negativa de ver su sonrisa no pude hacer nada más que admirarla. Fue como tener un día soleado después de muchos días de intensa lluvia. Radiante, cálida, pero sobretodo sincera. Sus enormes ojos se achicaban cuando sonreía.

Descubrí que Bonito tenía un lunar justo debajo de su ojo izquierdo, mismo que se perdía cuando él sonreía.

Después de ese día la rutina cambió. Me vi imposibilitado de negarme su sonrisa, de alguna manera le agregaba candidez y color a mi gris vida.

Eventualmente, yo le correspondí la sonrisa, al principio tenue y fugaz, extraña en mi propio rostro después de no ser ocupada por demasiado tiempo. Luego, con mayor naturalidad, como la que usas cuando ves a un buen vecino.

Un buen vecino, me engañaba a mí mismo al decir eso, pero era tan reacio a creer otra cosa.

Hay una chica en mi camino
que ya me empieza a saludar
y yo la esquivo, y yo la esquivo,
luego lo sabrá.

Con las sonrisas vinieron los saludos “Buenas Tardes”, “hola”. Y también las despedidas “hasta luego”, “adiós”.

Pero eso no importaba porque con tan pocas palabras escuchaba la suave voz de Bonito, enviando cálidas ondas que hacían entibiar mi interior.

Bonito poseía una voz única, no muy grave, suave, como susurrada… sensual.

Una ocasión, de esas raras en los que el flujo natural de personas es mínimo, Bonito y yo pudimos sentarnos uno junto al otro en el trayecto camino a casa.

̶ Soy JaeJoong  ̶ dijo Bonito.
–YunHo –respondí. 
–YunHo –repitió sonriéndome de esa manera que solo él sabe para hacer titilar mi ser.

Jamás mi nombre volverá a sonar igual en boca de alguien más. Di gracias al cielo por haber estado sentado,  de lo contrario mis piernas, que en ese momento eran de gelatina, no hubieran sostenido mi peso.

Bonito, no, JaeJoong no tenía ni la más remota idea de lo que su voz y sonrisa causaban en mí. Y yo, yo tenía miedo de los sentimientos que pudieran surgir.

Con la excusa de ceder el asiento a una ancianita, que gracias a la providencia, acababa de subir, me retiré antes de que las emociones que JaeJoong me producía causaran más estragos en mi ser.

No vi la mirada triste que me dedicó al alejarme de su lado.

Cuando pude calmar el alocado golpeteo de mi corazón, habíamos llegado  nuestro destino. Despidiéndonos igual que todos los días. Entonces supe que JaeJoong no era un simple vecino.

Como un cobarde le comencé a evitar. Salía antes para no encontrarlo o mucho después. No obstante, no podía sacarme de la cabeza a JaeJoong diciendo mi nombre, ni su sonrisa.

Unas semanas más tarde me rendí. Libraba una batalla inútilmente, extrañaba a Bonito. Decidí que podía tener en él a un buen amigo.

Así iniciaron las largas conversaciones de regreso a casa. JaeJoong jamás comentó mi ausencia después de aquél incómodo momento, no obstante, me sentí en la obligación de darle una excusa barata para justificar mi comportamiento: acumulación de trabajo.

De esa manera supe que JaeJoong estudiaba artes escénicas, era coreano de nacimiento pero había sido adoptado y junto a su nueva familia se mudaron a Japón cuando él tenía 12 años; que tenía infinidad de hermanas,  todas mayores que él; sabía cocinar y gustaba de la comida picante.

También aprendí sus gestos, cuando ríe tiende a cubrirse la boca, y su risa no es para nada una brisa musical, es contagiosa. Es una persona sensible, que regocija de estar en contacto físico con las demás cuando se siente en confianza. Compone canciones como pasatiempo. Tiende a ser muy ingenuo y algo vanidoso.

Me gustaban esas charlas con JaeJoong, con sus comentarios irreverentes y sus risas contagiosas. Ahí pude ver un atisbo de lo que esta nueva amistad con JaeJoong significaba. Quizá era más que eso, inconveniente no quería involucrarme más allá de eso.

Un día que estaba lloviendo
como siempre la encontré,
al rato me estaba cubriendo,
le di las gracias y la bese.

Entonces, un día, cuando creí haberme recuperado del duro golpe que Go AhRa le había dado a mi corazón, ella me escribió.

Escribió diciéndome que me extrañaba, que regresara, que las cosas no eran lo mismo sin mí, que me quería, pero no escribió que estaba equivocada y que había cometido un error.

No, AhRa había contraído matrimonio con ese influyente político. AhRa me pedía regresar a su lado sin que ella dejara su “nuevo” estatus social. Entonces, ¿qué era yo para ella? Afirma quererme pero solo quiere utilizarme, usar mis sentimientos para su propia satisfacción. ¿Eso era lo que yo merecía después de haberla tratado como la princesa que es, de bajar luna, sol y estrellas para ella… de haberla querido tanto? No, seguro que no, pero dolía. ¡Carajos, cómo dolía!

Ni siquiera supe que iniciaba mi trayecto de regreso a casa. Si JaeJoong iba conmigo no me fijé. Tan ensimismado iba con mis propios sentimientos y cavilaciones que ni siquiera noté la lluvia sobre mi cara.

Reaccioné cuando una suave mano  retiro las gotas de mi cara, sin saber que eran lágrimas mezcladas con la lluvia. O quizá lo supiera por la forma en que sus ojos me miraron preocupados. Me había seguido desde la estación, acercándose a mi cuando me derrumbé sobre mis rodillas en medio de la calle, con la lluvia cayendo a cántaros.

Su paraguas nos cubría a los dos, a pesar de que yo ya estaba muy mojado. Le di las gracias y lo abracé.

Su cálido y fibroso cuerpo se sentía bien entre mis brazos. JaeJoong no era flaco, pero tampoco del tipo musculoso, tenía la altura perfecta para mirarlo a los ojos si tener que agachar demasiado la mirada. Sus labios pequeños y rollizos resaltaban sobre esa piel de porcelana, llamándome, incitándome.

–YunHo –susurró.

En aquel momento todo mi ser reaccionó como si hubiese estado conteniéndose desde hace mucho, a manera de que la carta de AhRa fuese el fin que había estado esperando, y JaeJoong diciendo mi nombre como el detonante de toda esa miríada de sentimientos.

Le besé.

Al principio un tímido roce, reconociendo, aceptando. Aumentando poco a poco la intensidad al saberme correspondido, al sentirme extasiado por la textura y sabor de sus labios. Solo separándonos cuando la respiración nos faltó.

Miré sus profundos ojos negros, y en ellos no vi más que esperanza, anhelo de que yo correspondiera a sus sentimientos. Incluso cuando quizá él veía la confusión y el desamor en los míos.

Aquella chica del camino
es la que ahora es mi mujer,
y yo le digo, siempre le digo
que es mi querer

Tardé un poco en aclarar mis sentimientos. Sí, me dolía mucho lo que Go AhRa había hecho, pero ya no era ese sentimiento de devastación como al inicio, comprendí que ella no era la persona correcta en mi vida. Incluso llegué a perdonarla y compadecerla por sus vacuos sentimientos.

Para mi fortuna, JaeJoong se mantuvo a mi lado durante todo ese lapso, ayudándome a sanar y ganándose de paso todo ese amor que yo congelé por miedo a que me lastimaran de nuevo.

Entonces, pude ver la vida de otro color, o más bien a colores, como jamás la había visto. JaeJoong irradiaba una luz cálida que iluminaba todo a mí alrededor. Aprendí a ver la vida a través de su luz, a su lado. Descubriendo y redescubriendo cosas, lugares personas. Aprendí que por cada golpe que te dan, recibes el doble de abrazos.

Y yo le digo, siempre le digo
Que es mi querer

Ahora las cosas son diferentes, ahora que sonrío de nuevo, paseando de la mano con mi Bonito. Causando asombro y envidia de la buena, por nuestro amor y felicidad.

Ahora puedo mirar a la cara de todos aquellos que se burlaron de mí y decir que sus palabras se resbalan de mi como la pastilla de jabón en las manos. JaeJoong es el regalo que la vida me dio y pienso cuidarlo y amarlo por el resto de mis días.

JaeJoong es y siempre será mi Bonito, mi querer.



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N/A: Perdón, discúlpenme por haber abandonado tan descaradamente este blog. Sé que esperan actualizaciones y créanme que yo igual, pero simplemente no hallo la manera de sentarme y escribir más de 300 palabras sin perder el hilo cuando el tiempo se me presenta. Lo sé. no es excusa. Solo puedo decir que me tengan mucha paciencia. Volveré! eso seguro :)

Una Chica en mi camino - Leo Dan


jueves, 7 de enero de 2016

LA JOYA DEL REINO



A lomo de su negro corcel, el Rey de Cepheus, miraba el vasto campo donde se asentaban las tropas enemigas. «Enemigas» pensó en la ironía de eso. A su costado derecho su más fiel general y a su izquierdo su consejero. Detrás de ellos sus valientes guerreros. Todos aguardando por su señal. Todos clamando en sus corazones por lo mismo: venganza. Venganza contra aquellos que atentaron contra su más brillante estrella, la luz que guiaba su camino.

Vagamente el Rey de Cepheus se preguntaba si sería capaz de guiar a su pueblo como lo hiciera su predecesor. No había tenido tiempo de analizar ese tipo de cosas cuando había ascendido al trono justo al estallar la guerra. «Por él lo haré».

Frente a ellos, con sus vistosas armaduras resplandecientes al sol, portando más estandartes que espadas o escudos, se encontraba el ejército de Lacerta, reino colindante a Cepheus. Entre estos siempre habían existido riñas, no demasiado grandes para ocasionar la guerra, pero tampoco tenían un acuerdo de paz hasta hace cinco años. Paz que ellos mismos se encargaron de romper al dañar a su más brillante estrella.

Los resplandecientes ojos negros del Rey de Cepheus era lo único que se apreciaba bajo esa máscara de metal que ocultaba su rostro. Su casco no portaba las miles de plumas que el del rey contrario, sin embargo tenía grabados que según sus costumbres, le protegerían de todo. A él realmente no le importaba mucho, su único deseo era atravesar con su espada a aquel que era el culpable de esto, aunque, seguro estaba que había varios aguardando en la lista.

—Rey Cephei, están izando banderas. Tregua, quieren hablar con nosotros —señaló el consejero.

«Cephei»

—¿Cephei es tu verdadero nombre? —le preguntó con su voz suave.

El hombre mayor sonrió. —No, mi nombre es Alderamin. Cephei es el nombre que todos los reyes de Cepheus adoptan al ascender al trono.

—Entonces, ¿cómo debo llamarte?

—Esposo mío, mi amor, mi corazón, mi cielo, cualquiera de ellas estaría bien, pero si lo prefieres, llámame Alderamin.


—Rey Cephei, esperamos por su orden —le trajo de regreso su general.

Suspiró. —Hablaremos con ellos. Me intriga que mentiras dirán, que excusa tendrán para sus tan viles actos y después, después arrasaremos con ellos, manchando con su sangre los campos.

El general lo observó. ¡Cuánto había cambiado ese jovencito! Aún le recordaba como el chiquillo asustadizo, delicado cual cristal y bello como ninguna flor. Y ahora, de él ya no quedaba mucho, más que su singular belleza, pero su carácter, y sentía orgullo al decirlo, fue forjado en Cepheus, dando como resultado al esplendoroso Rey que tenía frente a él.

JaeJoong, así solía llamarse.

Adelantaron a sus filas ellos tres y cuatro de sus más fieros guerreros, hacia el centro donde se llevarían a cabo las negociaciones con los altos mandos de Lacerta. El general no podía dejar de pensar que eran todos demasiado pomposos para todo, entonces, miraba a su Rey y veía una clara mezcla entre un aguerrido hombre y la majestuosidad y elegancia de un dios.

Eso era JaeJoong, una verdadera joya de los dioses caminando sobre la tierra.


***
*****


La vida de un noble siempre está regida por las reglas, absurdas y más absurdas reglas, todo en bienestar del reino. Sin embargo, para JaeJoong era todavía más difícil.

Lacerta era considerado el reino más glorioso del Este. Su cultura avanzada, sus magníficas estructuras eran la envidia de cualquier otro reino. Pese a todo ello, su política les generaba muchos problemas; se regía por una monarquía y el pueblo representado por su consejo de nobles, que generalmente veían por su propio bienestar, pero de dientes hacia afuera “todo por el reino”.

JaeJoong nació en un mal momento, mala estrella hubieran dicho algunos. Perteneciente a una de las nobles familias del consejo, que en ese momento amenazaban con separarse del reino si no se le otorgaba cierto tipo de beneficios. El territorio de Kim era por mucho el más grande y prolífero del reino, Lacerta no podía darse el lujo de perderlo, pero tampoco podía apretar con puño de hierro pues entonces se llevaría a cabo una sublevación.

Fue entonces que el anciano Rey ChulMoo tomó la decisión. Su nieto YunHo, contraería nupcias con el pequeño JaeJoong al llegar a la mayoría de edad, y, si así lo deseaban los dioses, regirían juntos esas tierras.

Siendo apenas unos recién nacidos, no tuvieron voz ni voto y sus padres no se opusieron. Los tratados, comercio y demás, de Kim al resto del reino fueron florecientes.

No tanto así para el pequeño JaeJoong. Único hijo de HwaYoung, la mujer más bella del reino, y del regente de Kim, SangOok.

Su niñez la pasó en la soledad del castillo Kim. Cuando tenía cinco años, su padre, SangOok fue asesinado, quedando bajo la custodia de su abuelo, ya que su madre jamás tuvo obligaciones con él. Tenía dos hermanos mayores por parte de su madre y dos hermanas mayores por parte de su padre. Era un secreto a voces que HwaYoung se deshacía de sus maridos para quedarse con la fortuna, pero nadie podía comprobar nada.

Siendo desatendido por su madre, ignorado por sus hermanos e insultado por sus hermanas, JaeJoong, bajo la atenta vigilancia de su abuelo, creció siendo sumiso y delicado, jamás tomó algún arma entre sus manos, por el contrario, fue instruido en las artes y la música, todo para ser del agrado de su majestad. A su favor, heredó la gran belleza de su madre, sobrepasándola con creces.

A los trece años, el fallecimiento de su abuelo lo obliga a quedar bajo la tutela del Rey, hasta el momento en el que contrajera nupcias con YunHo, el heredero al trono.

Si bien JaeJoong en su momento estuvo feliz de dejar de ser objeto de las injurias de sus hermanas, no contó con que ir al Palacio Imperial y formar parte de la corte, fuera un camino mucho peor. Sin embargo, hubo algo en lo que el viejo Rey no se equivocó, la belleza de JaeJoong opacaba extensamente a la de cualquier mujer, siendo apenas un adolescente ya había cautivo a la mitad del reino, la otra mitad aún no había tenido el gusto de conocerlo. Inclusive reyes, reinas y nobles de otros reinos les visitaban con tal de conocerlo. Fue por eso que le dieron el sobrenombre de la Joya del Reino.

Pero, ser la Joya del Reino no era fácil, no era más que un título con el que lo manejaban como una muñeca de porcelana de carne y hueso. Sí JaeJoong se creía a salvo de calumnias o envidias, eso no sucedió, por el contrario, se multiplicaron. Como futuro consorte no tenia voz dentro de la corte, ya que, al ser hombre, no podría dar herederos, por lo tanto solo era un adorno bonito del Rey.

Su prometido YunHo, gallardo joven y amable caballero, no sentía por él más que lo mismo que se sentía por una mascota, inclusive ni así. Varias veces, llegaron a insinuar cosas indecentes o poco amables hacia su persona, estando YunHo presente, el cual solo lo miraba pero jamás decía nada, eso sí, nadie podía tocarlo.

La esperanza de que alguna vez YunHo lo amara se esfumó el día que le escuchó decir “es hermoso, como cualquier gema preciosa, sin embargo, le faltan curvas en su anatomía como para que me fije en él. Solo será un adorno en mi trono”. Si YunHo se arrepintió de sus palabras al ver que lo había escuchado, no dio muestra de ello.

Al cumplir YunHo los diecisiete años, su padre, el Rey cayó gravemente enfermo, teniendo que retirarse, dejando la corona a YunHo. El primer mandato de YunHo, obviamente, fue alargar sus nupcias con JaeJoong. Su excusa: JaeJoong era demasiado joven para asumir las responsabilidades de Consorte Real. La verdad: YunHo no deseaba ese matrimonio, pero no podía evitarlo.

Afortunada o desafortunadamente para la joven pareja, hubo alguien que sí tomó en cuenta la belleza del Prometido Real. El Rey del país vecino Cepheus, quedó prendado de la exquisita belleza del joven.

Cepheus, un pueblo casi bárbaro, impedía el libre comercio con los otros reinos, teniendo que hacer un rodeo por mar mucho más largo y riesgoso a causa de los corsarios, para llegar con su cargamento a los puertos comerciales. Fue entonces que se dio la propuesta más ilógica posible. La mano de la Joya del Reino por el libre y seguro paso por sus tierras.

Lacerta consideraba al Cepheus inferiores, un pueblo sin cultura, casi sin asentamientos, pero muy aguerrido. La oferta de paz era demasiado tentadora, pero sin  JaeJoong como consorte real se rompían acuerdos con las tierras Kim, lo que generaba gran conflicto de intereses.

El joven Rey YunHo, sus asesores, los nobles de la corte, la madre de JaeJoong, sus hermanos y hermanas, realizaron a puerta cerrada una sesión, donde se decidiría su futuro.

JaeJoong estaba muy asustado, confiaba en que el mandato del viejo Rey se haría respetar y que, por lo tanto, JaeJoong contraería nupcias con YunHo, salvaguardando su seguridad. Pues bien conocido era, que Cepheus era un pueblo amoral y barbárico.

Desgraciadamente no fue así. Su madre y medios hermanos aprobaron que fuese entregado al Rey de Cepheus, sus hermanas quedaron conformes con los nuevos acuerdos que se hicieron ese día. Solo YunHo no dijo nada, poniendo JaeJoong sus esperanzas en él nuevamente.

—YunHo —le llamó con su voz suave y sus ojos suplicantes. Para cualquiera la escena hubiera sido conmovedora, para cualquier otro su corazón se estrujaría del tal modo que no permitiría que tan bella criatura fuese entregada a un destino tan cruel.

—Es mi mandato, que, por el bien del reino, JaeJoong sea entregado como consorte al Rey de Cepheus.

Si a YunHo se le oprimió el corazón cuando vio las lágrimas descender por las tersas mejillas de JaeJoong, solo él lo sabe. JaeJoong, como un noble sumiso acató la orden y empacó sus cosas. Partiría al alba hacia Cepheus.

Con la cabeza baja es como JaeJoong arribó al castillo Al Rai, su desde ahora nuevo hogar, donde moraba el Rey de Cepheus.

Al llegar, unos guerreros toscamente vestidos le escoltaron dentro. La guardia que le acompañaba regresó Lacerta, dejándolo completamente solo. Cephei, el Rey de Cepheus, era un hombre robusto, de unos cuarenta años, piel morena, barba prominente y músculos de hierro. A JaeJoong se le figuraba un gran oso a punto de atacar. Tembló como una hoja cuando posó su enorme mano sobre su hombro.

Días después llegó la comitiva de Lacerta, para presenciar la boda entre su noble y el Rey. Entre ellos iban, por supuesto su madre y hermanos, el Rey YunHo y algunos nobles más.

En menos de una semana, la boda fue realizada. Nada impresionante para los del reino de Lacerta, pero sin duda con ello se cerraba el pacto de vía libre y segura por su reino.

***

—¡Salvajes! —fue el susurro escandalizado de HwaYoung al ver la blanca manta que portaba el Rey, lo que daba inicio a los festejos nupciales en Cepheus, que durarían toda una semana.

El Rey, después de haber desaparecido un par de horas, regresó al banquete que se daba en honor a su boda, mostrando en toda su gloria la pequeña mancha roja al centro de la blanca sábana. Al verla, el pueblo rugió de felicidad, y las festividades comenzaron.

En Cepheus era tradición mostrar el despojo de la virtud ante el pueblo al consumar el matrimonio y que éste sea válido para todos. Tradición aún más arraigada entre los reyes de Cepheus.

A parte del escandalizado susurro de una madre, los rostros pasmados de los demás nobles y una mueca desagradable en el rostro del Rey YunHo, no hubo comentario alguno. Aunque todos sabían lo que había sucedido, no se dejaron de reprochar si la dulce joya había sido o no violentada. Mirando a aquel sujeto, comparándolo con el dulce JaeJoong, al que imaginaron peleando infructuosamente, siendo obligado, sin delicadeza, solo fuerza bruta.

YunHo solo pudo rememorar a los suplicantes ojos de JaeJoong, sintiendo que había hecho una estupidez, necesaria pero estupidez al fin.

Después de los votos matrimoniales, no volvieron a ver a JaeJoong.


***
*****


—¿Será prudente acercarnos demasiado? Estamos muy expuestos —apuntaba el consejero.

—Ellos estarán en las mismas condiciones que nosotros. A campo abierto ambos estamos expuestos —le respondió el general. —Aunque no debe preocuparse, nuestros arqueros están atentos por si intentan alguna treta.

—No creo que lo intenten. Algo desean y solo a través del Rey o poseyendo todo el reino lo pueden obtener —dijo Cephei.

«Cephei» Ahora él era Cephei, atrás había quedado el dulce Kim JaeJoong, la Joya del Reino de Lacerta, dando paso a Cephei, Rey de Cepheus. Al tomar la corona, toda su anterior vida quedaba en el olvido, adoptando las costumbres, tierras, pueblo y el nombre Cephei, la estrella más brillante del reino, la luz que guía a su gente.


Grises muros le recibieron, grandes hombres cubiertos de piel le escoltaron a lo que sería su prisión. Deseaba llorar, pero de sus bonitos ojos negros ya no salía nada, había secado sus lágrimas en esos últimos días. Había rogado, suplicado y hasta postrado a los pies del consejo, del rey, de su madre, de cualquiera que pudiera liberarlo de ese destino, mas nadie hizo nada por él. Después de todo, él solo era un objeto, una cosa de preciado valor, pero cosa al fin, desechable, reemplazable, inservible si se negaba a cumplir con los mandatos dictados. Ese era él, la Joya del Reino.

—¿Temes? —le cuestionó aquel enorme hombre. No hizo falta respuesta, JaeJoong temblaba cual hoja al viento, sus ojos reflejaban el pánico que sentía al estar frente a él. —No me temas, dulce Joya. No te haré daño. Nadie en mi reino te hará daño. Serás amado y adorado como la bella criatura que eres.


«Cuánta razón tenías Alderamin, cuánta razón tenías».

—Al menos debemos agradecer que hayan colocado esa sombra. No quisiera ni imaginar cuanto vamos a tardar —comentaba el consejero poco antes de llegar a la carpa abierta en la cual se realizarían las alianzas.

—Con lo pomposos que son, seguro que a su rey le ponen un lecho de plumas en el trasero cada que sube al caballo —agregó el general. Y JaeJoong no pudo más que reír por tan singular comentario, que no dudaba que fuese real. Aún no comprendía por qué había estado tan enamorado de ese sujeto que no le defendió, ese que a la primera oportunidad le desechó. Aunque ahora, le daba las gracias, porque desde su llegada a Cepheus fue cuando comenzó su vida.


—Así que nunca has usado un arma, ni siquiera un simple cuchillo —le decía jocoso Alderamin. JaeJoong negaba con la cabeza gacha. —¡Hey! Te lo he dicho, aquí no tienes porqué bajar la cabeza, nadie está por encima de ti, ni siquiera yo, eres mi compañero, no un objeto. —Le tomó del mentón, instándolo a levantar con orgullo su rostro, aún cuando este estuviera todo sonrojado. —Realmente eres hermoso —le dijo. Su voz fue cálida así como su mirada limpia. Lo decía porque lo creía, lo decía de la manera en que se refieren a un bello amanecer, lo decía sin la envidia o la lujuria a la que estaba acostumbrado oír. —Sí, eres hermoso, pero sigues siendo un mocoso —rió el rey. JaeJoong solo infló los cachetes, haciendo reír más al soberano. —Como puedes ver, aquí todos saben blandir un arma, no solo la espada, y no solo los varones. Mira si quieres a mi guardia personal. Ellas son las mejores guerreras del reino, bellas y mortales, así es como son. Así es como serás tú, te enseñaré a usar la espada, las leyes por las cuales nos regimos, mi pueblo, mis tierras, porque así como sé que soy la luz que guía a mi gente, el pastor de mi rebaño, tú, tú eres mi compañero, el que camina a mi lado, jamás detrás de mí.


Descendieron de sus corceles con parsimonia, asegurando con un recorrido de su mirada el perímetro, para después adentrarse a la carpa, donde el Rey de Lacerta y sus consejeros les esperaban.

Una mesa y dos sillas, colocadas una frente a la otra era todo lo que había. Sobre la mesa se encontraba el casco emplumado y enjoyado del Rey. JaeJoong sonrió al pensar que diría su general ahora que estaba viendo en persona a la silla y el casco real de Lacerta.

«YunHo» le nombro. En el momento que había dejado de burlarse de las estorbosas comodidades del rey de Lacerta, se fijaba en el hombre. Había crecido al menos diez centímetros más, quizá quince. Se lo veía imponente ahí de pie, con su oscura mirada fija en él, su cuerpo joven y fibroso, la cantidad de músculos suficientes sin parecer un tosco guerrero, pero tampoco débil, de hecho, JaeJoong apuntaba a que él era el mejor guerrero de su reino. Su piel tostada, su cabello castaño oscuro, sus ojos rasgados, su nariz recta, sus labios finos y su lunar, su maldito lunar sobre ellos. El hombre era un verdadero dios de la seducción. Ahora recordaba bien porque estaba enamorado de él.

Un hombre dio un paso al frente. —Su majestad Jung YunHo, rey de Lacerta —anunció.

Y JaeJoong recordó que éste mismo hombre junto a su madre y hermanos fueron los que lo enviaron a un reino desconocido, sin siquiera importarles su bienestar. Una sombra de ira pasó por sus ojos al reconocer al hombre al costado de YunHo, su hermano mayor. Una sonrisa irónica se posó en sus labios. «Así que al final ese era tu precio, ser el gran general de los ejércitos de Lacerta».

Fijó su vista en la guardia real, ahí se encontraba su otro hermano. A él sí le creía haber llegado por sus propios medios, después de todo no era un noble como su medio hermano mayor, sin embargo, eso no quería decir que por ello le tuviera menos resentimiento. Siempre tan ocupado en ser el mejor para poder dejar atrás su condición de hijo bastardo, que jamás tuvo tiempo para JaeJoong, si acaso le regalaba una sonrisa o un abrazo cuando escuchaba las hirientes palabras hacia él, pero al final tampoco hizo nada, solo mirar.


JaeJoong miraba el gran salón de piedra en el que se llevaría a cabo la ceremonia. Demasiado oscuro para su gusto. Mil veces había imaginado su boda con el Rey, solo que no este Rey. Una donde en lugar de un deprimente y frío salón, sería en los enormes jardines del palacio, en primavera donde las flores están en su apogeo, donde el sol iluminara todo. Y él, YunHo, le esperaría radiante con una linda sonrisa. ¡Qué iluso fue!

Tenía pieles y tapices en lugar de flores, lienzos rojos que no sabía que simbolizaban; antorchas en lugar del sol, y un Rey que no era aquel del que estaba enamorado. Pero ya no lloraría, había aceptado su destino. Su papel como noble ya había sido firmado por y para el reino.

Hasta el final de la ceremonia espero en vano, rogando porque alguno de los presentes le interrumpiera, se opusiera y se lo llevara lejos. No pasó. Después de eso, su memoria fue difusa. Los aplausos, las felicitaciones, los abrazos y sonrisas, más él solo deseaba llorar.

Fue conducido por un pasillo lateral, largo y frío como todo en ese castillo. El Rey, su ahora esposo, lo había llevado a una habitación, arrojado sobre un suave lecho, pero que JaeJoong no sintió al estar aterrado de saber lo que pasaría. Se lo habían dicho las nanas y nodrizas al crecer, lo había imaginado, más jamás pensó se entregaría a un hombre que no fuera YunHo. Entonces, las lagrimas que él pensaba secas, volvieron a brotar con intensidad.

El Rey lo notó y se acercó despacio, como cuando se trata de calmar a un animalillo asustado y herido, que retrocede por cada paso que se da.

—No me temas JaeJoong. Te lo dije cuando llegaste hace una semana, jamás te dañaré. Estás a salvo conmigo, no obstante, esto es exigencia del ritual, de otra forma no podré protegerte como la Joya que eres.

Poco entendió JaeJoong en ese momento, solo sabía que debía cumplir con su deber de consorte, así no lo deseara.

A sus labios le acercó una copa con un líquido viscoso, de aroma dulzón. —Bebe JaeJoong, bebe y no recordarás jamás lo que pasó. Bebe y no sentirás miedo, ni dolor.

Y así lo hizo JaeJoong. Bebió todo el contenido de la copa, la cual le adormeció el cuerpo para después hacerlo estallar en llamas.

Alderamin no le mintió.

JaeJoong no recuerda nada de lo que sucedió esa noche ni los siguientes dos días, solo tiene fugaces imágenes del Rey mirándolo con tristeza, rogando por su perdón, besando su frente. Despertó dos días después, sabiendo que el matrimonio había sido consumado por simple tradición, quiso sentirse mal, pero no recordaba nada, tampoco le dolía nada, ni siquiera estaban en la misma habitación.

Solo en aquella ocasión le tocó. Nunca más volvió a hacerlo, ni siquiera las raras veces cuando compartían el lecho como la pareja de recién casados que eran. JaeJoong sabía de las aventuras de su esposo, de los desfogues salvajes que a veces se daban en las fiestas, pero eso no le importunaba, porque jamás fue obligado a participar y porque eso lo mantenía seguro de que no le iba a tocar.


Su consejero se adelantó. —Nuestro monarca, Cephei, Rey de Cepheus.

JaeJoong saludo con un gesto de cabeza, por la mirada sorprendida de los demás, pareciera que no le esperaban. Eso era la última confirmación. Ellos eran los culpables.

Hace unas semanas cuando sostuvo el ensangrentado cuerpo de su esposo, viéndolo morir, pidiendo como última voluntad convertirse en la luz de su pueblo. JaeJoong sintió ira, rencor y clamó venganza. Más, cuando se enteró de los malhechores, su rostro se volvió cenizo, de piedra. Su pueblo esperaba, sabiendo que quizá no obtendrían su ansiada venganza, que quizá se morderían los labios con impotencia, pero no fue así. JaeJoong se levantó orgulloso y fiero, tal como Alderamin le enseñó. —¡Venganza!

Ahora frente a ellos, tontos e ilusos que clamaban tierras, crímenes,  patéticas excusas para querer hacerse de su reino. Pero, ellos qué saben de su pueblo, de las emociones que guían sus caminos, caminos que quieren sentir la sangre de sus enemigos correr.

—Y por último, el crimen más atroz perpetrado contra nuestro más valioso regalo entregado a ustedes, la Joya del Reino —escuchó decir al consejero de Lacerta.

JaeJoong, que hasta el momento no se había retirado el casco, soltó una larga y sonora carcajada.

—¿Le parece gracioso? —increpó un molesto YunHo, golpeando la mesa, pero JaeJoong no dejaba de reír. No podía. —Le entregamos nuestro mayor tesoro y ustedes los mancillaron, destruyeron a la bella criatura que les dimos como ofrenda de paz.

Paró de reír. —Es verdad, su preciosa Joya ya no existe más.

Esa simple oración elevó los ánimos en los presentes del reino de Lacerta. «Como si de verdad les interesara». JaeJoong mantenía su fría ira bajo control, mirando con desprecio a quienes se sentían agraviados, esos mismos que sin reparo lo habían entregado cual mercancía, esos mismos que no lo habían valorado, esos que le ignoraron, esos que jamás lo trataron como ser humano.

***

YunHo solo quería tomar al hombre frente a él, el culpable de todo esto. Si él no hubiese pedido a JaeJoong, seguramente JaeJoong estaría reinando a su lado, seguiría llenando de luz su reino, siendo aclamado por los artistas, recibiendo miles de poemas, siendo envidiado por todos.

Es cierto que no deseaba el matrimonio, pero él jamás hubiera dañado a JaeJoong, lo hubiera atesorado como la piedra preciosa que era. Cuando vio aquella sabana manchada, el horror y la ira se asentaron por igual en su pecho. Culpa fue lo que sintió después. Culpa era lo que veía en los ojos de sus nobles que asistieron a tan afamado evento.

No volvieron a ver a JaeJoong después de la ceremonia. Sabían que sería casi imposible que asistieran a los eventos en los otros reinos, después de todo Cepheus era un pueblo bárbaro, que no encajaba bien en las buenas culturas. Pero no se esperaban que se les fuera negada la entrada al castillo, según las tradiciones de ese reino, la familia del consorte jamás volvía a verle.

Las cartas jamás fueron contestadas, por el contrario eran devueltas sin siquiera abrirse. No sabía si era una burla o de verdad algo le había pasado. Así fue, por largos cinco años. Cinco años es mucho tiempo, tiempo en el que se dio cuenta que de verdad valoraba su presencia. Amor definitivamente no sentía, pero cariño sí. JaeJoong era el único que lo miraba con verdadero amor, un amor limpio, un amor sin reservas, uno sin ningún interés de por medio. Y él correspondió a todo eso entregándolo a un salvaje, un tipo que seguramente no había tenido paciencia, que lo habría tomado a la fuerza, golpeándolo una y otra vez. Imaginaba que esa era la razón por la que no le permitían verlo, su rostro deformado era lo único que quedaba de su antaña belleza. No podía soportarlo.

Culpa. Sentimientos extraños que se removían en su interior. Deseaba recuperarlo. Y lo haría, si no, por lo menos le vengaría.

Eso hizo, cuando su espía regresó sin informes favorables de su Joya, porque eso era JaeJoong, su Joya.

Dio la orden y el infierno estalló.


Él, al igual que todos quedaban cautivados con la exquisita belleza de JaeJoong. Le gustaba verlo pasear por los jardines, con sus largos cabellos negros ondeantes al viento y brillantes al sol, le agradaba sentarse a escucharle tocar, disfrutaba de su belleza, pero sobretodo disfrutaba saber que todo eso que los demás envidiaban era suyo.

Incluso había algunos tan osados que se atrevían a cortejarlo a sus espaldas. Él simplemente reía, porque no importaba cuantos regalos le enviaran o poemas le hicieran, JaeJoong le era fiel.

Solamente hubo uno que trató de propasarse. Ese día caminaba con su séquito de “damas” cuando lo vio. JaeJoong recargado en la pared, con ese sujeto demasiado cerca, cuerpo contra cuerpo. Y, de no haber sido por las lágrimas de JaeJoong y su temor recorriéndole, YunHo hubiera gritado infidelidad.  Así que sujetó al tipo, que resultó ser el embajador de otras tierras y de forma poco amable le escoltó a los calabozos.

—Nadie toca lo que es mío.


Desgraciadamente ahora ya no es suyo, ni de nadie. Ahora vuela alto, como las aves que solía mirar, ahora es libre.

Por eso mismo, cuando ese malnacido aseveró que su JaeJoong ya no existía la ira, la culpa y demás sentimientos que tenía reprimidos afloraron contra ese hombre.

—¡Eres un maldito! Debiste morir cuando lo ordené. Hubiese sido más piadoso de esa manera. Ahora yo me encargaré de que sufras tú y tu maldito pueblo —rugió.

—Así que admite su responsabilidad en el atentado en contra de nuestro Rey —enunció el consejero de Cepheus con voz contenida.

—Sangre por sangre —afirmó YunHo.


—¡Eso es JaeJoong! —decía un muy orgulloso Alderamin. El chiquillo que fungía como su consorte no solo era bello, era inteligente, prudente, amable y un verdadero guerrero, no cabía duda de que si él llegara a faltar, JaeJoong se convertiría en una estrella mucho más brillante que cualquier otro rey de Cepheus.

JaeJoong sonreía, su belleza exquisita era admirada por todo el pueblo, que al verlo vencer a su más experimentada guerrera rugieron de felicidad. Ya lo veían próximamente retando con orgullo a su mejor guerrero. Su desarrollo en las armas era rápido, no tanto como su habilidad para gobernar, sin duda un verdadero monarca.

—JaeJoong, prométeme algo —dijo Alderamin acariciando su cabello, mirándolo con orgullo, como si fuera su propio hijo. —Promete que serás la luz de mi pueblo si yo llego a faltar. Promete que cuidarás de mi linaje como si fuera el tuyo. Promete que harás florecer mi reino y lo guiarás a la gloria.

—Tú no faltarás —afirmó JaeJoong. —Tú eres la luz de tu pueblo y ellos te seguirán fielmente.

Alderamin sonrió. —Cuando te pedí como recompensa para cerrar la alianza, lo supe sabiendo que eras el futuro consorte del rey, que eras llamado la Joya del Reino. La verdad, no me interesabas, yo solo quería golpear el orgullo del niño rey, tomando lo que guardaba con tanto ahínco. Descubrí con gran pesadez que te entregaron a mí como se entrega un pequeño cofre de oro, un simple objeto. Sin embargo, no me arrepiento de haberte traído conmigo, te has convertido en todo un gran hombre, más que eso, un monarca.

—Juro por mi honor, no, por mi ser que si llegaras a faltar me convertiré en la luz de tu pueblo, criaré a tus hijos como si fueran míos y tu reino florecerá bajo mi ala.


Cephei, lo miraba fijamente, podía sentir su odio, pero solo sus oscuros ojos resplandecían con la ira, cual ardientes llamas, pues no había tenido la decencia de retirarse el casco.

—Ustedes eliminaron a nuestra Joya más valuada y pagarán por ello.

—Dejó de ser tu Joya en el momento en que aceptaste la alianza —respondió con voz suave y tranquila Cephei, aún así se podía sentir tan gélida que helaba el alma. —Dejó de ser tuya en el momento en el que imploró por su destino antes de ser entregada como simple mercancía.

JaeJoong con lentitud se retiró el casco. Pudo escuchar los sonidos de exclamación pronunciados por los de Lacerta, inclusive algunos sollozos de felicidad al verlo vivo.

—JaeJoong —susurró YunHo, tratando de alcanzar su mejilla.

—Ese ya no es mi nombre. Tu preciosa Joya murió al llegar a estas tierras. Soy Cephei, Rey de Cepheus. Y clamo ¡venganza!

De sus largos y sedosos cabellos ya solo quedaba un mechón, recogido en una coleta alta, tal cual dictaban la tradición de Cepheus para sus guerreros. Su piel blanca como la leche, seguía siendo blanca, pero al presente se podía notar el tiempo que pasaba al sol; de su cuerpo andrógino suave y sin curvas ahora había pequeños músculos bien definidos, sus labios seguían siendo del rojo más rojo, pero en definitiva aquel hombre ya no era la delicada Joya del Reino, era simplemente un aguerrido varón de Cepheus, cuya belleza era tan mortal como la espada que cargaba. Solo sus ojos parecían seguir teniendo ese mismo trance hipnótico de siempre, sin embargo, ya no estaba el amor con que le miraba, ese sentimiento había sido reemplazado por una fría y cruel ira.

—Será como has dicho, YunHo. Sangre por sangre —dijo JaeJoong antes de darse la vuelta e irse, dando por terminadas las negociaciones. Guerra querían, guerra tendrían.

—¡No, esperen! ¡Esto es un error! —gritaban. Un muy grande error. Un error irreparable, a menos que entregaran la cabeza de su rey, cosa que no sucedería.

***

JaeJoong miraba a su ejército apostado en la colina, observaba su cara de furia, los sabía agraviados, tanto o más que él. Porque no solo era el hecho de que habían asesinado a su esposo, su rey. No es que JaeJoong le amara, porque no lo hacía, sin embargo, le tenía un profundo cariño, sentía amor fraternal, porque Alderamin le dio mucho más de todo los que se hacían llamar su familia le otorgaron. Fue su padre, fue su hermano, fue su amigo, sobre todo, fue aquel que le otorgó las alas para despegar, le cariño, comprensión, orgullo, confianza, le hizo descubrir quien realmente era, por eso ahora, JaeJoong le correspondería a él y a su pueblo. Por eso ahora era su Cephei.

—La sangre derramada no será en vano. Juro por mi luz, que guiaré y protegeré todo aquello que tú dejaste atrás. Solo la sangre de YunHo  aplacará nuestra ira. ¡Por Cephei! ¡Por Cepheus!

A un solo rugido sus guerreros se abalanzaron sobre los campos, en sus ojos solo se veía la firme decisión de destrozar al enemigo, de obtener su ansiada venganza. A ellos poco les importaban las tierras más allá de las suyas, solo querían que cobrarse la afrenta y como tal, solo la sangre del Rey de Lacerta lo haría.

***

YunHo veía la destrucción ocasionada, no podía exigir a sus hombres luchar con valor y fiereza cuando a él mismo le faltaban. Su error le había llevado a esta guerra, guerra de la que dudaban salir airosos.

Sus horrorizados ojos miraban los campos bañados de sangre, soldados enemigos y los suyos propios caían cual moscas. Miraba el brillante casco de Cephei, su mortal espada y sus elegantes movimientos, a pesar de todo, JaeJoong era muy sensual. Mortífero y sensual.


YunHo vio venir a JaeJoong. Alistó su espada, lo sabía, JaeJoong no se detendría hasta verlo muerto. Sus espadas chocaron. Sus fuerzas se enfrentaron. Jamás pensó en este escenario, y ahora solo quedaba la destrucción. O él o JaeJoong, no, no más JaeJoong, su Joya ya no existía, ahora era Cephei. 


FIN


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N/A: Antes que nada: ¡Feliz Año! 

Me disculpo por mi larga ausencia, si todo va bien me verán más seguido por aquí. 

Espero este shot les haya gustado, originalmente no iba así, pero de alguna forma terminó de esta manera, diferente y me agrado :)

Como dato curioso:

Cepheus es una constelación colindante con Cassiopeia. Nombrada así en honor a Cefeo, Rey de Etiopía, esposo de Casiopea y padre de Andrómeda.

Cephei es el nombre general de sus estrellas.

Alderamin es su estrella más brillante, cuya traducción es el brazo derecho.

Al Rai es otra de sus estrellas, significa el pastor.

Lacerta es una constelación colindante con Cepheus, también llamada el Lagarto.