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jueves, 3 de noviembre de 2016

UN CHICO EN MI CAMINO



Sucedió un día cualquiera, en realidad pude habérmelo topado desde antes y solo hasta ese momento haberme percatado de su presencia. Tenía poco de haberme mudado a Tokio, no, huido sería una mejor descripción. No pude hacer frente al dilema que se me presentaba en mi natal Corea.

El amor de mi vida resultó no ser tan de mi vida. 

Go AhRa era la mujer más dulce, hermosa, tierna, en otras palabras perfecta; o eso creía. La conocí en uno de los prestigiados clubs a los que mi familia acostumbraba frecuentar, donde la gente con poder económico y político se codean con los de su “clase”. Tuvimos un romance de fantasía, éramos la pareja perfecta, causando envidias allá donde sea que nos presentáramos. Hoy en día todo es diferente.

Jamás pude ver la otra cara de esa bella mujer, ni cuando me sonreía con esa falsa máscara de felicidad en su rostro, pues siempre vi sus ojos brillar de tierno amor por mí, así que su traición me dolió por triplicado.

A unos días de nuestra ansiada boda, por lo menos yo la esperaba con mucho anhelo, AhRa escapó. En ese momento las peores cosas pasaban por mi mente, desde un secuestro hasta la fatídica muerte de mi amada, pero nunca el alejarse de mí por su propio pie.

A la semana  me envió un correo. Resultó que yo no era lo que ella estaba buscando, que no estaba a la altura de sus intereses. Su familia juraba no saber nada de sus verdaderas intenciones, pero sé, y estoy convencido de ello, que mucha influencia tuvieron en su decisión. No me considero un mal partido, mi hermana y yo somos herederos de una buena fortuna, además de un fructífero negocio familiar. Pero eso no era equiparable con la fortuna de un político de alto rango. Go AhRa me dejó por un hombre mayor con una gran cantidad de billetes detrás.

Obviamente la boda de canceló.

Obviamente todo nuestro círculo social se enteró.

Más obvio aún fue el cuchicheo que resultó de ello. Habladurías entre dientes por aquí y por allá, donde sea que yo fuere, callando sin discreción cuando me veían demasiado cerca.

No tan obvio fue el hecho de descubrir quiénes son realmente tus amistades. Aprendí que la hipocresía se disfraza con una cálida sonrisa y que la envidia se esconde detrás de afectuosas palmadas de felicitaciones y buenos deseos.

Todo el mundo parecía regocijarse con mi dolor, mientras yo estúpidamente me preguntaba ¿qué hice mal?

Al final hui, escapé cobardemente de todo aquello, dejando a mi familia enfrentar ese nido de arpías. Mi dulce hermana comprendió, mi padre me apoyó, mi madre lloró. Sus ojos marrones como los míos me rogaban que no me fuera, que consiguiera alguna otra bonita chica con la que dejar de lado a AhRa y demostrar no sé qué cosas. Yo solo quería olvidar todo.

Me juré no volver a amar.

Fue alrededor de los primeros meses que lo noté. Entre tanta gente desconocida, un rostro comenzó a hacérseme familiar.

Queriéndome borrar de la memoria mi fracaso amoroso y los chismes que venían con él, llegué a Tokio, con la patética excusa de estudiar una especialización en Administración de Proyectos. La verdad, es que solo me inscribí en lo primero que vi relacionado con el área, los negocios, algo que pudiera servirme en un futuro y de paso ser mi ruta de escape. Y eso no sonaba mal.

Dejé atrás al YunHo mimado que gustaba de pasear en sus autos deportivos, y deslumbrar a cualquier lugar al que fuera. Simplemente me había apagado, quería ser alguien nuevo, quería ser algo que no me recordara a ella. Por eso conseguí una vivienda normal en un barrio familiar cercano a la estación del tren de Ichikawa, en lugar de un lujoso penthouse en el centro de Tokio. Usando el tren como transporte diario.

Su cara fue fácil de reconocer, a pesar de ser un chico, sus rasgos eran suaves y atractivos, su piel blanca y labios rojos. Bonito era la palabra que le describía.

Bonito tomaba el mismo tren que yo, en la misma estación, a la misma hora todos los días por la tarde. Al principio se podría confundir con una chica por sus facciones, pero al ver su altura descartabas la idea. Bonito debía medir al menos unos cinco o siete centímetros menos que yo, y yo no soy precisamente bajo.

Creo que fueron sus ojos los que definitivamente me hicieron reconocerlo. Grandes, negros y expresivos. La primera vez que nuestras miradas cruzaron sentí un escalofrío recorrer mi columna, como si algo dentro de mi le reconociera. Imagino que pasó lo mismo con él, por tanto al ver un atisbo de sonrisa en su rostro, giré completamente el mío, evitando ver su sonrisa, evitando que me sonriera.

Supongo que Bonito sentía tanta curiosidad por mí como yo por él, pero yo, aprensivamente siempre rehuía su mirada, no quería alentar ese extraño sentimiento que revoloteaba dentro de mi cada que sus ojos negros se topaban con los míos.

Con el paso de los días Bonito me dedicaba un cabeceo sin sonrisa en sus labios, un gesto amable de reconocimiento. Una parte de mí se sentía triste por haber perdido una sonrisa, sin embargo, la otra, la más grande y racional decía que estaba bien, que era mejor de ese modo.

Cuando veía Bonito acompañado de alguna persona, cuando sus miradas y mohines eran dedicadas a ese acompañante, el diminuto monstruo de los celos arañaba mi interior, que yo rápidamente lo aplastaba con mis más que fundamentadas razones acerca del amor. Así que me dedicaba a mirar por la ventana el resto del viaje. Lo que yo no sabía era que Bonito me miraba cuando yo no lo veía.

Hay una chica en mi camino,
y no me quiero enamorar,
porque he sufrido, porque he sufrido
por querer amar.

Las semanas siguieron su curso, con la misma rutina, a la misma hora Bonito y yo abordábamos el mismo vagón del tren con solo un gesto de mutuo reconocimiento, robando miradas cuando el otro no veía.

Un día eso cambió.

Bonito me sonrió.

Y pese a mi negativa de ver su sonrisa no pude hacer nada más que admirarla. Fue como tener un día soleado después de muchos días de intensa lluvia. Radiante, cálida, pero sobretodo sincera. Sus enormes ojos se achicaban cuando sonreía.

Descubrí que Bonito tenía un lunar justo debajo de su ojo izquierdo, mismo que se perdía cuando él sonreía.

Después de ese día la rutina cambió. Me vi imposibilitado de negarme su sonrisa, de alguna manera le agregaba candidez y color a mi gris vida.

Eventualmente, yo le correspondí la sonrisa, al principio tenue y fugaz, extraña en mi propio rostro después de no ser ocupada por demasiado tiempo. Luego, con mayor naturalidad, como la que usas cuando ves a un buen vecino.

Un buen vecino, me engañaba a mí mismo al decir eso, pero era tan reacio a creer otra cosa.

Hay una chica en mi camino
que ya me empieza a saludar
y yo la esquivo, y yo la esquivo,
luego lo sabrá.

Con las sonrisas vinieron los saludos “Buenas Tardes”, “hola”. Y también las despedidas “hasta luego”, “adiós”.

Pero eso no importaba porque con tan pocas palabras escuchaba la suave voz de Bonito, enviando cálidas ondas que hacían entibiar mi interior.

Bonito poseía una voz única, no muy grave, suave, como susurrada… sensual.

Una ocasión, de esas raras en los que el flujo natural de personas es mínimo, Bonito y yo pudimos sentarnos uno junto al otro en el trayecto camino a casa.

̶ Soy JaeJoong  ̶ dijo Bonito.
–YunHo –respondí. 
–YunHo –repitió sonriéndome de esa manera que solo él sabe para hacer titilar mi ser.

Jamás mi nombre volverá a sonar igual en boca de alguien más. Di gracias al cielo por haber estado sentado,  de lo contrario mis piernas, que en ese momento eran de gelatina, no hubieran sostenido mi peso.

Bonito, no, JaeJoong no tenía ni la más remota idea de lo que su voz y sonrisa causaban en mí. Y yo, yo tenía miedo de los sentimientos que pudieran surgir.

Con la excusa de ceder el asiento a una ancianita, que gracias a la providencia, acababa de subir, me retiré antes de que las emociones que JaeJoong me producía causaran más estragos en mi ser.

No vi la mirada triste que me dedicó al alejarme de su lado.

Cuando pude calmar el alocado golpeteo de mi corazón, habíamos llegado  nuestro destino. Despidiéndonos igual que todos los días. Entonces supe que JaeJoong no era un simple vecino.

Como un cobarde le comencé a evitar. Salía antes para no encontrarlo o mucho después. No obstante, no podía sacarme de la cabeza a JaeJoong diciendo mi nombre, ni su sonrisa.

Unas semanas más tarde me rendí. Libraba una batalla inútilmente, extrañaba a Bonito. Decidí que podía tener en él a un buen amigo.

Así iniciaron las largas conversaciones de regreso a casa. JaeJoong jamás comentó mi ausencia después de aquél incómodo momento, no obstante, me sentí en la obligación de darle una excusa barata para justificar mi comportamiento: acumulación de trabajo.

De esa manera supe que JaeJoong estudiaba artes escénicas, era coreano de nacimiento pero había sido adoptado y junto a su nueva familia se mudaron a Japón cuando él tenía 12 años; que tenía infinidad de hermanas,  todas mayores que él; sabía cocinar y gustaba de la comida picante.

También aprendí sus gestos, cuando ríe tiende a cubrirse la boca, y su risa no es para nada una brisa musical, es contagiosa. Es una persona sensible, que regocija de estar en contacto físico con las demás cuando se siente en confianza. Compone canciones como pasatiempo. Tiende a ser muy ingenuo y algo vanidoso.

Me gustaban esas charlas con JaeJoong, con sus comentarios irreverentes y sus risas contagiosas. Ahí pude ver un atisbo de lo que esta nueva amistad con JaeJoong significaba. Quizá era más que eso, inconveniente no quería involucrarme más allá de eso.

Un día que estaba lloviendo
como siempre la encontré,
al rato me estaba cubriendo,
le di las gracias y la bese.

Entonces, un día, cuando creí haberme recuperado del duro golpe que Go AhRa le había dado a mi corazón, ella me escribió.

Escribió diciéndome que me extrañaba, que regresara, que las cosas no eran lo mismo sin mí, que me quería, pero no escribió que estaba equivocada y que había cometido un error.

No, AhRa había contraído matrimonio con ese influyente político. AhRa me pedía regresar a su lado sin que ella dejara su “nuevo” estatus social. Entonces, ¿qué era yo para ella? Afirma quererme pero solo quiere utilizarme, usar mis sentimientos para su propia satisfacción. ¿Eso era lo que yo merecía después de haberla tratado como la princesa que es, de bajar luna, sol y estrellas para ella… de haberla querido tanto? No, seguro que no, pero dolía. ¡Carajos, cómo dolía!

Ni siquiera supe que iniciaba mi trayecto de regreso a casa. Si JaeJoong iba conmigo no me fijé. Tan ensimismado iba con mis propios sentimientos y cavilaciones que ni siquiera noté la lluvia sobre mi cara.

Reaccioné cuando una suave mano  retiro las gotas de mi cara, sin saber que eran lágrimas mezcladas con la lluvia. O quizá lo supiera por la forma en que sus ojos me miraron preocupados. Me había seguido desde la estación, acercándose a mi cuando me derrumbé sobre mis rodillas en medio de la calle, con la lluvia cayendo a cántaros.

Su paraguas nos cubría a los dos, a pesar de que yo ya estaba muy mojado. Le di las gracias y lo abracé.

Su cálido y fibroso cuerpo se sentía bien entre mis brazos. JaeJoong no era flaco, pero tampoco del tipo musculoso, tenía la altura perfecta para mirarlo a los ojos si tener que agachar demasiado la mirada. Sus labios pequeños y rollizos resaltaban sobre esa piel de porcelana, llamándome, incitándome.

–YunHo –susurró.

En aquel momento todo mi ser reaccionó como si hubiese estado conteniéndose desde hace mucho, a manera de que la carta de AhRa fuese el fin que había estado esperando, y JaeJoong diciendo mi nombre como el detonante de toda esa miríada de sentimientos.

Le besé.

Al principio un tímido roce, reconociendo, aceptando. Aumentando poco a poco la intensidad al saberme correspondido, al sentirme extasiado por la textura y sabor de sus labios. Solo separándonos cuando la respiración nos faltó.

Miré sus profundos ojos negros, y en ellos no vi más que esperanza, anhelo de que yo correspondiera a sus sentimientos. Incluso cuando quizá él veía la confusión y el desamor en los míos.

Aquella chica del camino
es la que ahora es mi mujer,
y yo le digo, siempre le digo
que es mi querer

Tardé un poco en aclarar mis sentimientos. Sí, me dolía mucho lo que Go AhRa había hecho, pero ya no era ese sentimiento de devastación como al inicio, comprendí que ella no era la persona correcta en mi vida. Incluso llegué a perdonarla y compadecerla por sus vacuos sentimientos.

Para mi fortuna, JaeJoong se mantuvo a mi lado durante todo ese lapso, ayudándome a sanar y ganándose de paso todo ese amor que yo congelé por miedo a que me lastimaran de nuevo.

Entonces, pude ver la vida de otro color, o más bien a colores, como jamás la había visto. JaeJoong irradiaba una luz cálida que iluminaba todo a mí alrededor. Aprendí a ver la vida a través de su luz, a su lado. Descubriendo y redescubriendo cosas, lugares personas. Aprendí que por cada golpe que te dan, recibes el doble de abrazos.

Y yo le digo, siempre le digo
Que es mi querer

Ahora las cosas son diferentes, ahora que sonrío de nuevo, paseando de la mano con mi Bonito. Causando asombro y envidia de la buena, por nuestro amor y felicidad.

Ahora puedo mirar a la cara de todos aquellos que se burlaron de mí y decir que sus palabras se resbalan de mi como la pastilla de jabón en las manos. JaeJoong es el regalo que la vida me dio y pienso cuidarlo y amarlo por el resto de mis días.

JaeJoong es y siempre será mi Bonito, mi querer.



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N/A: Perdón, discúlpenme por haber abandonado tan descaradamente este blog. Sé que esperan actualizaciones y créanme que yo igual, pero simplemente no hallo la manera de sentarme y escribir más de 300 palabras sin perder el hilo cuando el tiempo se me presenta. Lo sé. no es excusa. Solo puedo decir que me tengan mucha paciencia. Volveré! eso seguro :)

Una Chica en mi camino - Leo Dan