Sucedió un día
cualquiera, en realidad pude habérmelo topado desde antes y solo hasta ese
momento haberme percatado de su presencia. Tenía poco de haberme mudado a
Tokio, no, huido sería una mejor descripción. No pude hacer frente al dilema
que se me presentaba en mi natal Corea.
El amor de mi
vida resultó no ser tan de mi vida.
Go AhRa era la
mujer más dulce, hermosa, tierna, en otras palabras perfecta; o eso creía. La
conocí en uno de los prestigiados clubs a los que mi familia acostumbraba
frecuentar, donde la gente con poder económico y político se codean con los de
su “clase”. Tuvimos un romance de fantasía, éramos la pareja perfecta, causando
envidias allá donde sea que nos presentáramos. Hoy en día todo es diferente.
Jamás pude ver
la otra cara de esa bella mujer, ni cuando me sonreía con esa falsa máscara de
felicidad en su rostro, pues siempre vi sus ojos brillar de tierno amor por mí,
así que su traición me dolió por triplicado.
A unos días de
nuestra ansiada boda, por lo menos yo la esperaba con mucho anhelo, AhRa
escapó. En ese momento las peores cosas pasaban por mi mente, desde un
secuestro hasta la fatídica muerte de mi amada, pero nunca el alejarse de mí
por su propio pie.
A la semana
me envió un correo. Resultó que yo no era lo que ella estaba buscando,
que no estaba a la altura de sus intereses. Su familia juraba no saber nada de
sus verdaderas intenciones, pero sé, y estoy convencido de ello, que mucha
influencia tuvieron en su decisión. No me considero un mal partido, mi hermana
y yo somos herederos de una buena fortuna, además de un fructífero negocio
familiar. Pero eso no era equiparable con la fortuna de un político de alto
rango. Go AhRa me dejó por un hombre mayor con una gran cantidad de billetes
detrás.
Obviamente la
boda de canceló.
Obviamente todo
nuestro círculo social se enteró.
Más obvio aún
fue el cuchicheo que resultó de ello. Habladurías entre dientes por aquí y por
allá, donde sea que yo fuere, callando sin discreción cuando me veían demasiado
cerca.
No tan obvio fue
el hecho de descubrir quiénes son realmente tus amistades. Aprendí que la
hipocresía se disfraza con una cálida sonrisa y que la envidia se esconde
detrás de afectuosas palmadas de felicitaciones y buenos deseos.
Todo el mundo
parecía regocijarse con mi dolor, mientras yo estúpidamente me preguntaba ¿qué
hice mal?
Al final hui,
escapé cobardemente de todo aquello, dejando a mi familia enfrentar ese nido de
arpías. Mi dulce hermana comprendió, mi padre me apoyó, mi madre lloró. Sus
ojos marrones como los míos me rogaban que no me fuera, que consiguiera alguna
otra bonita chica con la que dejar de lado a AhRa y demostrar no sé qué cosas.
Yo solo quería olvidar todo.
Me juré no
volver a amar.
Fue alrededor de
los primeros meses que lo noté. Entre tanta gente desconocida, un rostro
comenzó a hacérseme familiar.
Queriéndome borrar
de la memoria mi fracaso amoroso y los chismes que venían con él, llegué a
Tokio, con la patética excusa de estudiar una especialización en Administración
de Proyectos. La verdad, es que solo me inscribí en lo primero que vi
relacionado con el área, los negocios, algo que pudiera servirme en un futuro y
de paso ser mi ruta de escape. Y eso no sonaba mal.
Dejé atrás al YunHo
mimado que gustaba de pasear en sus autos deportivos, y deslumbrar a cualquier
lugar al que fuera. Simplemente me había apagado, quería ser alguien nuevo,
quería ser algo que no me recordara a ella. Por eso conseguí una vivienda
normal en un barrio familiar cercano a la estación del tren de Ichikawa, en
lugar de un lujoso penthouse en el centro de Tokio. Usando el tren como
transporte diario.
Su cara fue
fácil de reconocer, a pesar de ser un chico, sus rasgos eran suaves y
atractivos, su piel blanca y labios rojos. Bonito era la palabra que le
describía.
Bonito tomaba el
mismo tren que yo, en la misma estación, a la misma hora todos los días por la
tarde. Al principio se podría confundir con una chica por sus facciones, pero
al ver su altura descartabas la idea. Bonito debía medir al menos unos cinco o siete
centímetros menos que yo, y yo no soy precisamente bajo.
Creo que fueron
sus ojos los que definitivamente me hicieron reconocerlo. Grandes, negros y
expresivos. La primera vez que nuestras miradas cruzaron sentí un escalofrío
recorrer mi columna, como si algo dentro de mi le reconociera. Imagino que pasó
lo mismo con él, por tanto al ver un atisbo de sonrisa en su rostro, giré
completamente el mío, evitando ver su sonrisa, evitando que me sonriera.
Supongo que
Bonito sentía tanta curiosidad por mí como yo por él, pero yo, aprensivamente
siempre rehuía su mirada, no quería alentar ese extraño sentimiento que
revoloteaba dentro de mi cada que sus ojos negros se topaban con los míos.
Con el paso de
los días Bonito me dedicaba un cabeceo sin sonrisa en sus labios, un gesto
amable de reconocimiento. Una parte de mí se sentía triste por haber perdido
una sonrisa, sin embargo, la otra, la más grande y racional decía que estaba
bien, que era mejor de ese modo.
Cuando veía
Bonito acompañado de alguna persona, cuando sus miradas y mohines eran
dedicadas a ese acompañante, el diminuto monstruo de los celos arañaba mi
interior, que yo rápidamente lo aplastaba con mis más que fundamentadas razones
acerca del amor. Así que me dedicaba a mirar por la ventana el resto del viaje.
Lo que yo no sabía era que Bonito me miraba cuando yo no lo veía.
Hay
una chica en mi camino,
y no
me quiero enamorar,
porque
he sufrido, porque he sufrido
por
querer amar.
Las semanas
siguieron su curso, con la misma rutina, a la misma hora Bonito y yo
abordábamos el mismo vagón del tren con solo un gesto de mutuo reconocimiento,
robando miradas cuando el otro no veía.
Un día eso
cambió.
Bonito me
sonrió.
Y pese a mi
negativa de ver su sonrisa no pude hacer nada más que admirarla. Fue como tener
un día soleado después de muchos días de intensa lluvia. Radiante, cálida, pero
sobretodo sincera. Sus enormes ojos se achicaban cuando sonreía.
Descubrí que
Bonito tenía un lunar justo debajo de su ojo izquierdo, mismo que se perdía
cuando él sonreía.
Después de ese
día la rutina cambió. Me vi imposibilitado de negarme su sonrisa, de alguna
manera le agregaba candidez y color a mi gris vida.
Eventualmente,
yo le correspondí la sonrisa, al principio tenue y fugaz, extraña en mi propio
rostro después de no ser ocupada por demasiado tiempo. Luego, con mayor
naturalidad, como la que usas cuando ves a un buen vecino.
Un buen vecino,
me engañaba a mí mismo al decir eso, pero era tan reacio a creer otra cosa.
Hay
una chica en mi camino
que
ya me empieza a saludar
y yo
la esquivo, y yo la esquivo,
luego
lo sabrá.
Con las sonrisas
vinieron los saludos “Buenas Tardes”, “hola”. Y también las despedidas “hasta
luego”, “adiós”.
Pero eso no
importaba porque con tan pocas palabras escuchaba la suave voz de Bonito,
enviando cálidas ondas que hacían entibiar mi interior.
Bonito poseía
una voz única, no muy grave, suave, como susurrada… sensual.
Una ocasión, de
esas raras en los que el flujo natural de personas es mínimo, Bonito y yo
pudimos sentarnos uno junto al otro en el trayecto camino a casa.
̶ Soy
JaeJoong ̶ dijo Bonito.
–YunHo
–respondí.
–YunHo –repitió
sonriéndome de esa manera que solo él sabe para hacer titilar mi ser.
Jamás mi nombre
volverá a sonar igual en boca de alguien más. Di gracias al cielo por haber
estado sentado, de lo contrario mis
piernas, que en ese momento eran de gelatina, no hubieran sostenido mi peso.
Bonito, no,
JaeJoong no tenía ni la más remota idea de lo que su voz y sonrisa causaban en
mí. Y yo, yo tenía miedo de los sentimientos que pudieran surgir.
Con la excusa de
ceder el asiento a una ancianita, que gracias a la providencia, acababa de
subir, me retiré antes de que las emociones que JaeJoong me producía causaran más
estragos en mi ser.
No vi la mirada
triste que me dedicó al alejarme de su lado.
Cuando pude
calmar el alocado golpeteo de mi corazón, habíamos llegado nuestro destino. Despidiéndonos igual que
todos los días. Entonces supe que JaeJoong no era un simple vecino.
Como un cobarde
le comencé a evitar. Salía antes para no encontrarlo o mucho después. No
obstante, no podía sacarme de la cabeza a JaeJoong diciendo mi nombre, ni su
sonrisa.
Unas semanas más
tarde me rendí. Libraba una batalla inútilmente, extrañaba a Bonito. Decidí que
podía tener en él a un buen amigo.
Así iniciaron
las largas conversaciones de regreso a casa. JaeJoong jamás comentó mi ausencia
después de aquél incómodo momento, no obstante, me sentí en la obligación de
darle una excusa barata para justificar mi comportamiento: acumulación de
trabajo.
De esa manera
supe que JaeJoong estudiaba artes escénicas, era coreano de nacimiento pero
había sido adoptado y junto a su nueva familia se mudaron a Japón cuando él
tenía 12 años; que tenía infinidad de hermanas,
todas mayores que él; sabía cocinar y gustaba de la comida picante.
También aprendí
sus gestos, cuando ríe tiende a cubrirse la boca, y su risa no es para nada una
brisa musical, es contagiosa. Es una persona sensible, que regocija de estar en
contacto físico con las demás cuando se siente en confianza. Compone canciones como
pasatiempo. Tiende a ser muy ingenuo y algo vanidoso.
Me gustaban esas
charlas con JaeJoong, con sus comentarios irreverentes y sus risas contagiosas.
Ahí pude ver un atisbo de lo que esta nueva amistad con JaeJoong significaba.
Quizá era más que eso, inconveniente no quería involucrarme más allá de eso.
Un
día que estaba lloviendo
como
siempre la encontré,
al
rato me estaba cubriendo,
le di
las gracias y la bese.
Entonces, un
día, cuando creí haberme recuperado del duro golpe que Go AhRa le había dado a
mi corazón, ella me escribió.
Escribió
diciéndome que me extrañaba, que regresara, que las cosas no eran lo mismo sin
mí, que me quería, pero no escribió que estaba equivocada y que había cometido
un error.
No, AhRa había
contraído matrimonio con ese influyente político. AhRa me pedía regresar a su
lado sin que ella dejara su “nuevo” estatus social. Entonces, ¿qué era yo para
ella? Afirma quererme pero solo quiere utilizarme, usar mis sentimientos para
su propia satisfacción. ¿Eso era lo que yo merecía después de haberla tratado
como la princesa que es, de bajar luna, sol y estrellas para ella… de haberla
querido tanto? No, seguro que no, pero dolía. ¡Carajos, cómo dolía!
Ni siquiera supe
que iniciaba mi trayecto de regreso a casa. Si JaeJoong iba conmigo no me fijé.
Tan ensimismado iba con mis propios sentimientos y cavilaciones que ni siquiera
noté la lluvia sobre mi cara.
Reaccioné cuando
una suave mano retiro las gotas de mi
cara, sin saber que eran lágrimas mezcladas con la lluvia. O quizá lo supiera
por la forma en que sus ojos me miraron preocupados. Me había seguido desde la
estación, acercándose a mi cuando me derrumbé sobre mis rodillas en medio de la
calle, con la lluvia cayendo a cántaros.
Su paraguas nos
cubría a los dos, a pesar de que yo ya estaba muy mojado. Le di las gracias y
lo abracé.
Su cálido y
fibroso cuerpo se sentía bien entre mis brazos. JaeJoong no era flaco, pero
tampoco del tipo musculoso, tenía la altura perfecta para mirarlo a los ojos si
tener que agachar demasiado la mirada. Sus labios pequeños y rollizos
resaltaban sobre esa piel de porcelana, llamándome, incitándome.
–YunHo –susurró.
En aquel momento
todo mi ser reaccionó como si hubiese estado conteniéndose desde hace mucho, a
manera de que la carta de AhRa fuese el fin que había estado esperando, y
JaeJoong diciendo mi nombre como el detonante de toda esa miríada de
sentimientos.
Le besé.
Al principio un
tímido roce, reconociendo, aceptando. Aumentando poco a poco la intensidad al
saberme correspondido, al sentirme extasiado por la textura y sabor de sus
labios. Solo separándonos cuando la respiración nos faltó.
Miré sus
profundos ojos negros, y en ellos no vi más que esperanza, anhelo de que yo
correspondiera a sus sentimientos. Incluso cuando quizá él veía la confusión y
el desamor en los míos.
Aquella
chica del camino
es la
que ahora es mi mujer,
y yo
le digo, siempre le digo
que
es mi querer
Tardé un poco en
aclarar mis sentimientos. Sí, me dolía mucho lo que Go AhRa había hecho, pero
ya no era ese sentimiento de devastación como al inicio, comprendí que ella no
era la persona correcta en mi vida. Incluso llegué a perdonarla y compadecerla
por sus vacuos sentimientos.
Para mi fortuna,
JaeJoong se mantuvo a mi lado durante todo ese lapso, ayudándome a sanar y
ganándose de paso todo ese amor que yo congelé por miedo a que me lastimaran de
nuevo.
Entonces, pude
ver la vida de otro color, o más bien a colores, como jamás la había visto.
JaeJoong irradiaba una luz cálida que iluminaba todo a mí alrededor. Aprendí a
ver la vida a través de su luz, a su lado. Descubriendo y redescubriendo cosas,
lugares personas. Aprendí que por cada golpe que te dan, recibes el doble de
abrazos.
Y yo
le digo, siempre le digo
Que
es mi querer
Ahora las cosas
son diferentes, ahora que sonrío de nuevo, paseando de la mano con mi Bonito.
Causando asombro y envidia de la buena, por nuestro amor y felicidad.
Ahora puedo mirar
a la cara de todos aquellos que se burlaron de mí y decir que sus palabras se
resbalan de mi como la pastilla de jabón en las manos. JaeJoong es el regalo
que la vida me dio y pienso cuidarlo y amarlo por el resto de mis días.
JaeJoong es y
siempre será mi Bonito, mi querer.
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N/A: Perdón, discúlpenme por haber abandonado tan descaradamente este blog. Sé que esperan actualizaciones y créanme que yo igual, pero simplemente no hallo la manera de sentarme y escribir más de 300 palabras sin perder el hilo cuando el tiempo se me presenta. Lo sé. no es excusa. Solo puedo decir que me tengan mucha paciencia. Volveré! eso seguro :)
Una Chica en mi camino - Leo Dan