“Cuenta la historia de un mago,
que un día en su bosque encantado lloró, porque a pesar de su magia no había
podido encontrar el amor”
En lo profundo del bosque se encuentra un
castillo, de altos muros y solo una puerta, con tres torres triangulares
equidistantes y escalonadas las unas de las otras. No hay banderas coronando la
punta de las torres, ni tampoco trompetas que anuncien la llegada del señor del
castillo, se podría hasta decir que se encuentra abandonado, de no ser por la
sombra que vaga en los pasillos.
Solo tres únicas personas viven
en este gran recinto, dos de ellas ocupando solo un lugar en la cocina y el
gran señor del castillo deambulando por su territorio, caminando de un pasillo
a otro, de habitación en habitación, adentrándose en el bosque cada tanto sin
el temor a ser atacado por alguna criatura, porque él es fuerte, muy fuerte, se
trata de Seunghyun el hechicero más poderoso del reino. Pero, el ser el más
poderoso de todo el reino, quizá del mundo pues no ha encontrado ser que
rivalice con su poder; no quita el hecho de que su corazón se sienta afligido…
solitario.
Largas décadas había pasado en el
mundo, recorriéndolo en toda su extensión, viajando de un lugar a otro, aprendiendo
tanto de todo lo que se podía, conociendo, asimilando y experimentando. Eso le
llevo a ser el mejor, aunque, no fue fácil, durante todo ese trayecto siempre
estuvo solo. Usualmente las personas no se le acercaban, se sentían intimidadas
por su presencia, sus profundos ojos negros y su fría mirada, aunque si te
acercabas más podías descubrir un cálido corazón. No tenía amigos, los pocos
que lograba hacer se quedaban en el camino, donde el final de la vida les
alcanza, y Seunghyun solo seguía caminando hacia adelante.
Al final, cansado de su errar por
el mundo, se estableció en ese bosque, aquel al que los pobladores le temían
por ser el albergue de muchas criaturas mágicas, pero que para él era el lugar
perfecto. Ubicó su hogar al centro del inmenso boscaje, construyó altos muros
como era la costumbre más no porque temiera algún ataque, erigió las tres altas torres pensadas en
admirar desde tres diferentes direcciones la anchura verde y todas las
criaturas que habitan en el. Solo una gran puerta por la que entrarían los
señores de los reinos vecinos o cualquiera que quisiera acercarse, anunciando
con banderines y trompetas su llegada, buscando la manera de acercarse a las
personas y así acallar la soledad que consumía su corazón.
Desgraciadamente las cosas no
siempre pasan como uno las planea, por los alrededores se corrió el rumor de
que un maligno hechicero se había establecido su morada en el centro de ese
pérfido bosque, donde las criaturas serian sus aliadas y quizá con el tiempo
trataran de conquistar el reino. Nada más alejado de la realidad. Eso solo hizo
que la estancia en el castillo hiciera aún más mella en su solitaria
existencia.
Solo dos personas servían a aquel
mago, una pareja de avanzada edad. Habían llegado desde muy lejos, no tenían
nada ni a nadie más que a ellos mismos, su hijo, muerto en batalla; sus
propiedades, decomisadas por el gobierno en pro de la guerra. Mientras viajaban
en busca de un lugar donde pasar el resto de sus días, la guerra, el hambre y
la maldad les alcanzo. Huyendo entraron al bosque, siendo hallados en medio del
clima invernal, fueron cobijados por el cálido corazón del hechicero. Desde ese
momento le sirvieron, le acompañaron en sus solitarias noches e incluso su vida
se hizo más larga con las pócimas que les daba. Más nada podía hacer por
regresarles lo perdido, su hijo, pues contra la muerte no hay cura.
El poder mágico que corría por
ese bosque era tal, que albergaba a gran cantidad de criaturas y solo algunos y
muy osados humanos se aventuraban a ese lugar. Elfos y hadas, duendes, faunos, náyades
y demás convivían armónicamente en este sitio.
Se diría que no había lugar más
perfecto para vivir, asentarse, buscar una pareja y ver tu descendencia crecer
hasta el final de tus días felizmente. O eso hacía la mayoría de las criaturas
que ahí habitaban. Pareciera que no tenían ninguna otra ambición en la vida más
que encontrar a su compañero, aquel con el que compartirían el resto de su
existencia, su otra mitad. Pero para Seunghyun, pareciera que la vida le negase
la oportunidad de conocer a esa persona especial, le negaba la oportunidad de
compartir su solitaria vida, la oportunidad de conocer el amor…
“La luna, su única amiga, le daba fuerzas para soportar, todo el dolor
que sentía por culpa de su tan larga soledad”
Establecerse en un solo lugar le
brindaba cierta tranquilidad, más no por ello la felicidad que ansiaba. Para
acallar sus solitarios pensamientos, ocupaba su mente en hechizos de
protección, de curación, de poder e infinidad de cosas que se pueden hacer con
la magia; pasando de un libro a otro, de la sanación a la alquimia, de estudiar
la naturaleza a ver como con un canto élfico crecían los árboles, o a las
náyades con agua curaban a las criaturas del bosque…
Sucedió un día, la primavera
había llegado, los botones de las flores se asomaban tímidamente a través de la
hojarasca de los árboles. Los animales del bosque corriendo de un lado al otro,
persiguiéndose, jugueteando; los pajarillos revoloteando alrededor, haciendo
bulla, buscando pareja. Inclusive las criaturas mágicas paseando de la mano con
su compañero, viendo el sol hundirse en el horizonte, con las manos unidas… y
fue entonces que lo sintió.
Un vació que se alojaba en su
pecho, un nudo en su garganta y los ojos escociéndole, porque de todas las
criaturas en ese bosque, él era el único que estaba solo… y lloró.
Sentía la apremiada necesidad de
tomar la mano de alguien y sentir la calidez de su cuerpo, de compartir
experiencias y sentimientos, palabras y caricias. Por primera vez en su larga
existencia lloró, ansió la compañía de
un ser exclusivo para él, anhelaba amar y ser amado.
Entonces gotas saladas
recorrieron sus mejillas, prueba de lo doloso que era su soledad. Porque no
importaba que él fuera el mago más poderoso, que tuviera el poder para
convertir cualquier metal en oro, o que tuviera un gran castillo, no, nada de
eso importaba, pues aún a pesar de toda su magia, el amor no se había
presentado en su vida… estaba vacío, estaba solo.
De rodillas en la torre más alta
de su castillo lloraba desconsoladamente su soledad, harto de esa existencia,
desesperado por hallar a alguien con quien compartir, ser su todo, llenar ese
hueco que estaba en su pecho, hacer vibrar cada una de las células de su ser y
hacer latir su corazón con fuerza, mostrándole lo que es el amor.
La Luna, compadeciéndose del
mago, envió un haz de luz, inundándole de fuerza y valor para aguantar ese duro
suplicio, pues ella le entendía. No conocía esa sensación de soledad, pues las
estrellas la acompañaban siempre, sin embargo comprendía ese tormento, ya que
ella también se encontraba en una larga espera. Su compañero, el Sol,
difícilmente lo veía, al ser los encargados de iluminar al mundo fueron
separados, uno para el día y otro para la noche; pero les fue concebida la
gracia de verse algún día, cuando los eclipses se presentaban, esos eran sus
momentos más felices, pues se encontraba al lado de su amado, y, aunque no pasaba muy a menudo, ella aguardaba
pacientemente cada encuentro, valorándolo como si fuera el único. Por esa razón
comprendía al mago, le tenía empatía.
“Es que él, sabía muy bien, que en su existir, nunca debía salir de su
destino. Sí alguien te tiene que amar, ya lo sabrás, sólo tendrás que saber
reconocerlo”
Se preguntaran ¿sí es el más
poderoso, por qué no hace algo para sosegar su soledad? La respuesta es muy
simple, el amor no es ese tipo de magia. ¿Una pócima de amor? No, no
funcionaría, esas solo sirven para estimular el deseo, más nunca serán capaces
de simular siquiera el amor. El amor, es más que una reacción química, es una
sensación, es un sentimiento, un estímulo, una conexión con el alma de la otra
persona.
El amor al igual que la muerte
son cosas que no se pueden comprar o crear con magia. Así como no pueden
resucitar a los muertos, no puedes hacer que otra persona te ame. Sí alguien
está destinado a ti, entonces, eventualmente llegará, tú solo tendrás que
preocuparte por saber reconocerlo. Y, a pesar de que la espera sea larga,
sabrás que al final de todo valdrá la pena, pues habrás conocido a ese ser que
se convertirá en tu mundo, formando un universo solo para ustedes dos, habrás
conocido ese sentimiento tan anhelado, el amor. Y, él, Seunghyun sabía esto.
Sabía que su magia no crearía el
amor, lo sabía, pero aún así se sentía solo. Había recorrido el mundo en busca
del conocimiento, y también con la esperanza de encontrar el amor, sin embargo,
durante todo ese largo trayecto solo el conocimiento vino a él. Así que debía
esperar pacientemente el momento en que el amor llamase a su corazón.
Pero la espera se había hecho
muy, muy larga. El mago incluso se había planteado la posibilidad de no tener
nunca un compañero, y ese simple pensamiento le asustaba, no estaba preparado
para afrontar toda su larga existencia en solitario, porque sí, su vida sería larga,
no eterna, pero sí bastante extensa.
“Fue en una tarde, que el mago, paseando en el bosque la vista cruzó,
con la más dulce mirada, que en toda su vida, jamás conoció”
Sucedía también que en ese
extenso bosque, de todos los habitantes del reino de las hadas, existían un ser
tan hermoso que brindaba alegría y felicidad a todo aquel que lo viera. Era
querido por todo su pueblo, así que no conocía ningún mal sentimiento, mucho
menos lo que era la soledad, y aún así, sentía que a su vida le faltaba algo.
Jiyong, era considerado por su
pueblo como una estrella bajada del cielo, fruto del amor entre los reyes de
las hadas. Había nacido de la reina envuelto entre pétalos de flores, creciendo
entre los abrazos y mimos de su madre y de las nodrizas que junto a ella se
encontraban, aprendiendo a cuidar de todas las criaturas, a respetar el mundo
en el que vivían, pero sobre todo a amar las cosas que la naturaleza había
creado. Brillaba cuál estrella, su belleza y personalidad le habían hecho el
tesoro más grande de su pueblo, quienes cuidaban celosamente de él.
La primavera casi llegaba a su
fin, dándole paso al verano, con sus calurosos atardeceres, con ese aroma a
frescura de los pinos impregnado en el
ambiente. Las ardillas brincando de una rama a otra, aves gorgoteando
bellos sonidos, todos los pequeños animales enfrascados en ese ritual de
cortejo que existe entre ellos, para al final del día relajarse al lado de su
pareja. Seunghyun paseaba como era su costumbre al caer la tarde, conformándose
con solo mirar el amor y no poder sentirlo, caminando entre los árboles,
aspirando el bálsamo que desprendían, el cuál le era relajante, sonriendo de
vez en vez con un poco de nostalgia al ver a alguna pareja pasar, sin poder
evitar el preguntarse “¿Cuándo
llegarás?”.
En su recorrido había llegado a
una parte del bosque que no solía visitar a menudo, no porque no le gustara, de
hecho era la parte más hermosa del bosque, era el hogar de las hadas. Sus pies
de alguna manera le habían llevado hasta el límite del reino de las hadas, no
supo porque ni como, solo camino hasta ahí. Rodeo unos cuantos árboles y bajo
por el lindero del rio. Flores rojas durante el día y fuegos verdes por la
noche, son el anuncio de que estas entrando en el territorio de las hadas.
Seunghyun ni siquiera noto el momento en que sus pies atravesaron el umbral del
reino, pues no es que estuviera prohibido entrar, sino más bien era la mención
de que una vez dentro, como en todo reino, las reglas debías de acatar. Siendo
la más importante, respetar a la naturaleza y a todas sus criaturas.
Para el hechicero era fácil el ir
y venir, solo que evitaba eso, pues al estar ahí sentía más la soledad de su
corazón, porque estas criaturas eran lo más parecido a él, y verles en caminar
tomados de las manos o uniendo sus labios, hacían más fuerte la presencia del
vacío en su corazón. Con añoranza marcada en su rostro decidió dar media vuelta
y emprender el camino de regreso a su castillo. Tomó de nuevo la vereda cercana
al río y se detuvo al ver unas flores blancas bajar por él, espectáculo hermoso
y común en ese lugar. Levantó la mirada y
al otro lado de río, unos ojos color avellana le veían con la más dulce mirada
que jamás conoció.
Una delicada figura se encontraba
en la orilla contraria, los pies sumergidos hasta media pantorrilla en esa
fresca agua, portaba una túnica blanca con collares de color arena adornando su
níveo cuello. Su cabello la mitad oscuro y mitad platinado, era adornado por
plumas de colores rosas, verde y azul cielo por el lado izquierdo señalando su
edad. Sus brazos, delgados, dejaban al descubierto una suave piel, en sus manos
una de las flores que corrían por el río se encontraba. A través de los
collares y la blanca túnica, en su pecho, se dejo entrever una marca en forma
de hoja de helecho. Su rostro adornado con una fina nariz, unos labios rosados
y abultados, haciendo juego con esos ojos, ojos que brillaban con la intensidad
que refleja la vida, ojos en los que se representaba el color del bosque, la
calidad del sol y la belleza de la luna, unos ojos color chocolate que le
miraban.
Por unos segundos, que a ambos
les pareció una eternidad, se reconocieron. Nunca se habían visto, pero esa
sola mirada les basto para saber que era esa la persona a la que estaban
buscando, esa parte que faltaba en su vida.
Un sonrojo se hizo visible en las
mejillas de la pequeña hada, bajo la mirada tímidamente y sonrió. Levantó de
nuevo la vista y una vez más sonrió, le dedicó a Seunghyun la más hermosa de
las sonrisas, y él no pudo más que abrir la boca, asombrado por la belleza que
se encontraba frente a sus ojos, por el brillo que desprendía y, por ese
palpitante latir de su corazón.
Unas voces cortaron el momento,
llamando la atención de la pequeña criatura, robándole su mirada. Otra marca
igual a la de su pecho se encontraba en su cuello en lado izquierdo,
indicándole de esta manera la estirpe de la que procedía. Su vista se
dirigió hacia donde el bullicio se
escuchaba, muchas jóvenes hadas se acercaban. Todas ellas portando túnicas y
collares florales, todas muy bonitas, pero ninguna tan hermosa como el
chiquillo frente a él. Pronto rodearon con su cuerpo al pequeño y lo apartaron
de su vista. Frunció el ceño en señal de molestia por haber perdido tan
magnífica vista. Fue entonces que las hadas repararon en su presencia, le
dedicaron miradas traviesas y sonrisillas coquetas. Y, así como llegaron se
fueron, en medio de la algarabía de sus risas, llevándose con ellas a la
criatura más hermosa, esa que le dedicó una última mirada antes de desaparecer
entre los pétalos de flores y sedas que las jóvenes hadas traían.
Por fin, después de muchos años,
le había conocido. La larga espera había valido la pena, porque él era todo lo
que siempre soñó, lo que siempre anheló… él era el amor, su amor.
“Desde ese mismo momento el hada y el mago quisieron estar, solos los
dos en el bosque, amándose siempre y en todo lugar”
Después de ese primer encuentro
Seunghyun iba todas las tardes a la orilla de aquel río y ahí en el mismo lugar
donde lo había visto por primera vez, ahí se encontraba él, rodeado a veces de
flores y otras de animalitos que se acercaban a la bella criatura, pero al
igual que el mago, esperando por él. Y, al igual que la primera vez, todo un
cortejo de ruidosas y sonrientes hadas aparecían para llevarlo lejos de él.
Suspirando regresaba a casa.
El día del equinoccio de verano
no se traba de un día cualquiera. Los equinoccios son por naturaleza una fuente
mágica de poder, pero este no solo era un simple equinoccio, se trataba también
de uno de los festejos más grandes que se celebraba en el reino de las hadas,
la mayoría de edad de muchas, entre ellos Jiyong. Las plumas, símbolo de su
minoría de edad, eran sustituidas por coronas de laureles y flores. Ese día
también era el momento ideal para escoger pareja, alguien destinado a ellos,
pues según la tradición de su pueblo, es este día el que te brindara
bendiciones.
Por lo tanto era de esperarse,
que todas aquellas hadas y elfos que no tenían pareja se engalanaran y
perfumaran este día, con la esperanza de encontrar a alguien que hiciera vibrar
su corazón. Aunque para Jiyong ese alguien ya había llegado, y lleno de
esperanza, aguardaba por el momento en que pudiesen estar juntos.
A la gran celebración todas las
criaturas mágicas están invitadas, por lo que Seunghyun no dudo si quiera en
ir. En todos sus años residiendo en ese bosque jamás había asistido a tal
festividad, no se sentía precisamente cómodo rodeado de todas aquellas parejas
demostrándose su amor. Aunque esta sería diferente, iría a buscarlo a él.
La ceremonia transcurría sin
ninguna novedad aparente, a excepción de aquellos dos corazones latiendo
violentamente dentro del pecho de sus dueños. Ansiosos por acortar la distancia
que les separaba, por escabullirse de ese lugar y encontrarse solos ellos dos. Jiyong
ni siquiera atendía a los cánticos, solo miraba hacia un lugar en específico,
un lugar de donde unos profundos ojos negros le miraban.
El rito llegó al punto donde las
jóvenes hadas decidían seguir disfrutando de su soltería o emparejarse con
alguien. La mayoría a esa edad, demasiado
lozano, se dedicaban a gozar del mundo hasta que encontraban a su pareja
ideal, y entonces sí, aguardaban por este día. Aunque para Jiyong este día
significó dos cosas: el momento de dejar su niñez cambiando sus plumas por una
corona de flores y entregarle su corazón a ese alto hombre que lo visitaba
siempre a la orilla del río.
Cuando las gaitas, las arpas y
los violines comenzaron a sonar, un círculo se formo al centro, invitando a
todas las criaturas a tomar una pareja para bailar y cantar, alzando sus voces
en honor al cambio de estaciones. Lentamente Jiyong se acercó hasta el dueño de
esos ojos negros, que no perdían detalle de lo que el pequeño hacía. Aguardaba
cerca de un árbol, detrás de todas las hadas que se abrían paso al ver pasar al
chico coronado de flores, mirándolo solamente a él.
Con parsimonia y timidez, llegó
hasta donde Seunghyun, le quería danzar junto a él en el centro del círculo,
más sin embargo las palabras no salían de su boca y un sonoro sonrojo se
agolpaba en su rostro. Había tenido el valor suficiente para acercarse, pero
estaba demasiado nervioso para continuar. Sin decir palabra, el mago levantó la
mano y con una ligera reverencia le invitó a bailar, evocando en el hada una
hermosa sonrisa.
Por primera vez entrelazaron sus
manos, lanzando millones de vibraciones desde ahí donde tenían contacto por
todo su cuerpo, acallando esa sensación de vació que el mago sentía, y el
pequeño sintiéndose plenamente completo; danzaron hasta que el equinoccio paso
y las parejas reunidas comenzaron a dispersarse poco a poco.
Siendo Jiyong la más bella
estrella de su pueblo, era cuidado por una corte de jóvenes y ruidosas hadas,
por ellas se habían enterado del hombre que visitaba el rio siempre esperando
por ver a la pequeña criatura, ese que se conformaba con verlo desde la otra
orilla, con las miradas y sonrisas que Ji le dedicaba y que jamás había roto
alguna de sus reglas, salvo quizá robarse el corazón del chico, pero contra eso
nada podían hacer. Los reyes sabían de la existencia del hechicero, le habían
tratado en pocas ocasiones, pero por la luna y las criaturas que en el bosque
habitaban, sabían que no había mejor compañero para su hijo, que nadie lo iba a
amar y proteger mejor que él; de esta manera solo sonrieron cuando vieron que
con timidez Jiyong se acercaba a Seunghyun.
Desde ese momento el hada y el
mago pasaban todo su tiempo juntos, paseando de un lado del bosque al otro, tomados
de las manos al atardecer y a veces escondiéndose entre los árboles para
robarse un beso, hasta el punto en el que el aire les faltaba. Pronto el amor
que se tenían les condujo a un nivel de conexión más, la urgencia por ser un
solo ser se palpaba en el aire alrededor de ellos.
Seunghyun se dejaba embriagar por
ese aliento de manzanas que Jiyong poseía, envolvía su frágil cuerpo entre su
brazos, sintiendo la calidez del pequeño, el vibrar de su cuerpo cada que su
mano acariciaba su espalda, mientras con la otra aferraba su cintura, y sus
corazones palpitando más de lo normal. Recostó a Jiyong sobre las hojas y el
verde pasto de ese lugar, besando su cuello, mordiendo ligeramente, al tiempo
que el pequeño dedicaba sutiles caricias por su ancha espalda, soltando
suspiros cada vez más seguidos… y así se entregaron al vaivén de sus instintos.
Desde ese momento no pudieron
estar lejos el uno del otro, buscando esa sensación de ser uno solo, amándose
siempre y marcando muchos sitios como zonas de su amor. Porque no había pareja
más enamorada que ellos. Cualquiera que los mirara sonreía al ver el amor
naciendo de los corazones de ambos y brillando con fuerza en sus ojos.
Sonriendo siempre pues la felicidad les embargaba.
“Y el
mal que siempre existió, no soportó ver tanta felicidad entre dos seres. Y con
su odio atacó, hasta que el hada cayó en ese sueño fatal de no sentir”
Desgraciadamente el mal que
aqueja al mundo les alcanzó. Por todo el reino se extendió una sombra que se
llevaba a todo a la nada, al suplicio mortal de la sensación de no existencia.
El bosque mágico soportaba toda esa furia con su poder, los hombres temerosos
antes del bosque se adentraron bajo el resguardo de sus ramas, y con esto la
magia menguó poco a poco, pues no es que
el ser humano no fuera mágico, sino que no creía, y para que la magia exista,
al igual que la fé, necesitas creer en ella.
El bondadoso corazón de Jiyong
acogió a todo aquellos refugiados, llevándolos al centro del bosque, cerca del
reino de las hadas, solo unos cuantos aceptaban entrar y sus reglas, pero los
demás causaban estragos en el bosque y sus criaturas. No es que fueran malos,
pero en la naturaleza del ser humano está siempre el temor a lo desconocido, y
en su necedad lastimaban a los otros.
Cuando la encanto del bosque
comenzó a menguar, la salud de Jiyong también. Su pueblo preocupado por la
salud del joven, rogó al mago que con su fuerza ahuyentara a la nada que
empezaba a cubrir al bosque. Bien sabido era, que la magia del bosque estaba
ligada directamente a la fuerza vital de rey o reina de las hadas, pero Jiyong
había nacido de ambos, por lo que ahora era el encargado de mantener el
sortilegio del bosque, he ahí la razón de las marcas en forma de hoja de
helecho que se encontraban en su pecho y cuello, cuando estas desaparecieran,
la vida del joven también, así como la magia del bosque.
Seunghyun con su poder creó una
cúpula de protección en el reino de las hadas, pues la magia del bosque es más
fuerte ahí. Dentro de esta los humanos, animales y criaturas mágicas se
resguardaban. Luchaba fuertemente día a día para poder mantener tal conjuro,
pero sus fuerzas le abandonaban, sintiéndose por primera vez débil, incapaz de
proteger a aquello que más ama.
Jiyong al sentir el pánico de las
criaturas y sabedor de que su energía vital los protegería, quiso ayudar a su
amado cuando vio desvanecerse de a poco
su fuerza. Solo quería ayudarle en la lucha, su intención jamás fue sacrificar
su vida, la valoraba demasiado, amaba con locura al mago como para separarse de
él, pero jamás espero lo que aconteció.
Cuando el hada infundió de su
energía vital al bosque, la sombra que se llevaba todo a la nada se sintió
fascinada con ese poder, y lo deseó. Deseo toda esa magia pura, brillante, cálida
y llena de amor hacia las criaturas vivas y sobretodo hacía un solo ser. La
nada que se tragaba todo, ambicionó tal sentimiento y con más furia atacó,
llevándose de esta manera la esencia de Jiyong.
Seunghyun creía tener la fuerza
suficiente para evitar que esa sombra arrancara por completo la vitalidad de su
amada hada, pero solo fue capaz de proteger a su pueblo y a las criaturas que
dentro de su domo se habían resguardado. Sus ojos miraron con impotencia el
momento en el que el delgado cuerpo de Jiyong se vino abajo, desesperadamente
se lanzó para atraparlo antes de que cayera al suelo haciéndose daño, rogando
internamente porque estuviera, dentro de las posibilidades, bien.
Grande fue su sorpresa cuando
noto que la marca de hoja en su cuello estaba desapareciendo, solo se apreciaba
como una tenue marca de agua, difuminándose poco a poco. Los ojos avellanados
llenos de vida que tanto le gustaba mirar, estaban perdiendo su brillo, la
palidez de su piel era extrema, nada comparada con su suave y tersa piel de
unos días atrás. Sus rosados labios ahora lilas susurraron su nombre una y otra
vez, como temiendo desaparecer en esa nada que absorbía su ser.
– Seunghyun – con las pocas
fuerzas que le quedaban le llamó. Tenía miedo, esa sensación que nunca había
conocido se acrecentaba en su corazón –
Seunghyun – quería sentirse rodeado de su cálido abrazo, oler ese aroma a abeto
que el mago desprendía.
Impotente cómo se sentía, solo
fue capaz de abrazar el cuerpo de su amado, tan delgado, tan frágil y ahora desapareciendo,
temblando fuertemente cada que sollozaba por el miedo que tenía de perderle.
Los ojos de Jiyong clavados en los suyos, querían mirarlo hasta que la vida le
abandonara.
– No, no, no… ¡No! – decía con
desesperación el mago. Se negaba a creer que después de muchos años de agonía
solitaria, por fin hallaba el amor, y que ahora, injustamente se le fuera
arrebatado.
Beso sus fríos labios. Colocaba
una mano sobre su pecho, llevando a cabo un hechizo de curación. Lo intentaba
de todo, quiso transferirle de su energía vital, pero la magia que rodeaba a
Jiyong simplemente lo rechazó.
Y, la segunda marca en su pecho,
al igual que la de su cuello, desapareció…
“En su castillo pasaba las noches el mago buscando el poder, que
devolviera a su hada, su amor, su mirada tan dulce de ayer”
Con un grito lastimero que caló
en el corazón de todos los presentes, anunciaba que la muerte le arrebató a su
amor, que el mal, esa sombra que se extendía por el reino había ganado y a la
vez perdido, pues el llevarse la vida de Jiyong fue su perdición.
Después de eso el hechicero no
quiso saber de nada ni de nadie, quería aferrarse al cuerpo de Jiyong, pero
este deseo también le fue negado, ya que la magia reclamó como suyo todo su
ser. Siendo que entre pétalos de flores había nacido, el cuerpo de Jiyong se
transformó en pétalos de flores blancas, que a su vez fueron esparcidos por el
aire en todo el bosque. Solo la corona de flores, el manto de pliegues que
portaba y algunos pétalos transformados se quedaron con él.
Noche tras noche pasó en su
castillo, buscando y experimentado, todo con un solo fin, el traer de regreso a
su hermoso compañero. Pero ni siquiera en los libros de alquimia y necromancia
se podía traer de regreso el alma los muertos, pues una cosa era tener su cuerpo
físico de nuevo, pero otra muy diferente era traer de regreso su alma y su
esencia; por que como les había dicho
anteriormente a la anciana pareja que le servía, para la muerte no hay
solución.
“Y hoy sabe qué es el amor, y que tendrá fuerzas para soportar aquel
conjuro. Sabe que un día verá su dulce hada llegar y para siempre con él se
quedará”
Aunque él supiera todo eso, una
parte de su ser se negaba a creer que no había nada que hacer, lo intentó de
todo, y en todo falló. Solo le quedaban esos recuerdos que con Jiyong había
vivido, solo se quedaba de nuevo él, ahora con un corazón lleno de amor hacia
una persona que no volverá a ver, hasta que su día llegue.
Lleno de ese amor por Jiyong se
dispuso a esperar a que el final de sus días pasaran, ansiando el momento en
que pueda volver a ver a su hermosa hada caminar de su mano entre los bosques.
El momento de besar sus dulces labios con sabor a manzana, disfrutar de la
suavidad de su piel y al final volver a ser uno con él.
Porque al final de todo ese camino
llamado vida, al final sabía que su Jiyong le estaría esperando, para emprender
ese otro camino desconocido después de la muerte. Caminarían juntos de nuevo y
eternamente amándose.
...
....
.....
Mucho tiempo ha pasado de aquello,
de ese grande amor, solo sobrevive la leyenda, llevada del bosque mágico al
reino humano por los juglares, entonando tristemente la situación, creyendo
fielmente en que el hada y el mago se volverían a encontrar algún día.
Esa leyenda que escucho el joven
Seunghyun, que relataba una triste historia de amor, se parecía mucho a su
realidad, a sus 22 años aún no conocía el amor. Muchas mujeres habían pasado
por su vida, pero a ninguna de ellas había amado. Pensando en ello salía del
aula, no es que se sintiera viejo o algo por el estilo, era simplemente que él
jamás ni siquiera en su época adolecente había tenido siquiera un flechazo
hacia alguien. Deambulaba sin fijarse realmente a donde iba, solo dejaba que
sus pies e instinto le guiasen, llevándolo a uno de los jardines traseros,
donde un gran árbol se erguía. Justo debajo de él, recargado en su tronco se
encontraba el ser más hermoso que hubiera visto antes. El hermoso ser le miro y
se perdió en esos ojos color avellana.
– Esperaba por ti, Seunghyun – de
su boca salió ese susurro, llevado por el viento hasta el mayor, sintiéndolo
como el canto más bello que había escuchado, y entonces lo supo.
– Mi amor, mí amado Jiyong.
Acortando la distancia entre
ellos, se fundieron en un beso y abrazo, para después empezar a recorrer de
nuevo el camino juntos, porque ellos estaban destinados a amarse en esta y
cualquier otra vida.
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Basado en la canción "El Hada y el Mago" -Rata Blanca